Las agujas
1.
Buenas tardes. Cuando me pidieron en matrimonio, la abuela decidió enseñarme a hacer colchas con retazos de ropa vieja. Así, pude unir parches de faldas de estrellitas con mascadas de tulipanes; perneras de pana del abuelo con bolsas traseras de Levis del tío Pecas, muerto en Denver.
2.
Así pasaron los años y murió la abuela. También mi suegra me enseñó a convertir un tapete de lana en babero, zapatitos y guantes para mis recién nacidos: Cástor y Pólux. Eso que ahora le llaman reciclaje. También aprendí a convertir calcetas en bufandas, bufandas en pasamontañas, cubrecamas y carpetas en chanclas para embarazadas. Hasta que me ganó la artritis, la ceguera y el Parkinson. Herencia de familia.
3.
Sé que un día seguiré los últimos pasos de la abuela. Por lo mismo quiero confesar por vez primera un secreto: ya encaminada en el quehacer de las colchas de parches y retazos, empecé a hacer rellenos de pelo de caballo, de oveja y yeguas; unos para las noches de luna llena, otros para cuando el hombre se ausenta de casa por temporadas largas y los otros para aquellas que les llega el celo y no hallan con quién descargarlo.
4.
Provengo de un tronco familiar de viudas jóvenes. Y cuando me llegó ese trance, decidí prenderle fuego a mi colección de cobertores, colchas y sábanas elaboradas con parches diversos. Creo que renuncié a tiempo a un hechizo -también- heredado de familia, antes de empezar a perder gradualmente facultades.
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