lunes, 26 de septiembre de 2011

ENTRE BORGES Y QUEVEDO, É.M.

El escritor mexicano Elmer Mendoza (Culiacán, 1949) es un hombre de fronteras: la que separa México de Estados Unidos y que ha condicionado la historia del país; esa otra, difusa, entre el bien y el mal, y una última y definitiva que le lleva a la creación de un lenguaje nuevo, trasunto de influencias variopintas, corridos, televisión y voces populares. Mendoza es un autor enfrascado en una búsqueda continua de la fortaleza necesaria, la confianza, las justificaciones históricas y las fuentes, literarias o no, para el uso del lenguaje de la calle, de los antros, del día a día más gris, una búsqueda que le lleva hasta Aristófanes o el Borges de Hombre en la esquina rosada, pasando por autores contemporáneos de todo pelaje y origen.

Considerado por muchos como el rey de la novela de narcos, el creador de la serie del policía Edgar, el Zurdo Mendieta (Balas de plata y La prueba del ácido, ambas editadas por Tusquets, estuvo en el Hay Festival de Segovia para conversar sobre todos estos asuntos con Arturo Pérez Reverte. Horas antes, en una mañana soleada de principios de otoño, Mendoza conversó con EL PAÍS sobre la situación de México, los personajes de sus novelas y su verdadera obsesión por la renovación del lenguaje. Con un hablar pausado que no revela nada de lo que ha visto un hombre que ha convivido con la violencia desde niño, Mendoza nos aporta algunas de las claves de su obra y su visión del mundo.
Pregunta. ¿Qué le ha pasado a México?
Respuesta. Tenemos una larga historia condicionada por nuestra relación con EE UU que tiene que ver con el tráfico ilegal. Primero era de alimentos, después, durante la Ley Seca, de tequila, aunque ya entonces había producción de goma de opio. Y ahora, nosotros no producimos coca, pero están las rutas de paso y producimos metaanfetaminas y también cannabis, pues a los gringos les sigue gustando mucho la que producimos nosotros. Y ahora hay también un tráfico que tampoco es nuevo pero que ha crecido mucho y que es el tráfico de personas. Y digamos que esa relación de cercanía ha degenerado en esto.
P. ¿Qué se puede hacer? ¿Hay una alternativa a la guerra directa planteada por el Gobierno de Calderón?
R. El presidente Calderón y su equipo son gente que no conoce el país que gobiernan, o no lo conocían. Él y su equipo son un grupo de buenas personas, de buenas familias, pero México es un país tan grande que las buenas personas de buenas familias se mueven en un territorio bastante limitado, igual las universidades en las que estudian, que no tienen que ver con otras regiones, otros perfiles, otro tipo de personas. Ellos llegan ahí y quieren hacer la del Llanero Solitario y creen que pueden resolver este problema. Lo que hacen es declarar la guerra a la delincuencia organizada pero luego lo único que hicieron fue producir una situación nueva, de pérdida de control, de pérdida de vidas y que los ha llevado en estos cinco años a ningún sitio y que tampoco les llevará a ningún lado en el año que le queda a la administración. Eso es lo que le pasó a México: un país mal dirigido, donde los que gobiernan han descubierto que es muy difícil tener éxito porque tenemos una policía corrupta, un Ejército bajo sospecha.
P. ¿Pero qué esperanza tiene un país donde, como se ve en sus dos últimas novelas, más del 90% de los crímenes no se resuelven, donde los mandos policiales ordenan a sus agentes cerrar en falso un caso en el que está implicado el procurador de turno, o un empresario poderoso?
R. Las élites se han fortalecido porque la corrupción se lo ha permitido. Y tienen influencia en todo, están en todas partes. La forma en la que operan es así. En un Estado que no sea tan corrupto, las relaciones del poder, del Estado con la gente, no son tan corruptas pero en mi país no es así. Y no tengo idea de cómo lo harán. Habría que refundar México. Hemos pedido al Gobierno que llame a los expertos a los que no ha llamado, que reelabore la Constitución, que replantee el sistema de justicia y de educación y la relación del Gobierno con el sistema económico.
P. En su obra El amante de Janis Joplin se ve muy bien cómo el narco es una mancha que se extiende discretamente entre la mayoría de la población mexicana.
R. En México el narco afecta, de alguna u otra manera, digamos, a más o menos un 70% de la población, y eso no excluye estatus: desde los que tienen una economía precaria hasta los consorcios que lavan dinero. Todos, todos, todos están... [se detiene y sonríe antes de seguir] Hay regiones enteras en las que están identificados ciclos que tienen que ver con la siembra de la amapola o cannabis. Hay un momento en el que no hay ventas de coches, por ejemplo, y llega el tiempo de cosecha y venden joyas, mucha cerveza... Y los que tienen sus negocios saben eso. Y vuelve a reactivarse a los tres meses, con la siguiente cosecha. Todos estamos ahí. Lástima que no compren libros, pero no están dentro de sus necesidades primarias.
P. La búsqueda de una estética de la violencia, de un lenguaje propio que hable de esa situación límite ¿tiene peligros? ¿No puede generar cierto lenguaje legitimador? Porque hay acusaciones de este tipo desde distintos estamentos de la política o las artes...
R. La estética de la violencia es una postura artística para que los lectores del mundo experimenten lo que vive la gente de la calle en México. Los que quieren, por ejemplo, que se prohíban los narcocorridos no conocen el país, han vivido de otra manera durante todos estos años. Ahora el acierto es que hemos encontrado un lenguaje, aunque todo lenguaje es limitado en ese terreno a la hora de trabajar los efectos de la violencia, pero también lo vuelve interesante y es algo que podemos compartir con el mundo y la cantidad de artistas de todas las disciplinas que están implicados es lo que le ha dado fuerza.
P. ¿Qué ventajas tiene en este sentido la novela negra?
R. La ventaja de la novela negra es que su territorio es el delito y entonces, al trabajar con este género, cubres el primer estamento, no hay que explicar nada y eso le hace un vehículo muy, muy efectivo. Pero, sobre todo, es que la novela negra es absolutamente social y eso quiere decir que toca todos los aspectos positivos de una sociedad, los negativos, siniestros, las debilidades, la podredumbre, los sueños, los deseos. También, cuando los casos se resuelven con las posibilidades de la aplicación de la ley, aparece la vertiente legal, pero no es el caso de las novelas mexicanas.
P. Háblenos de Edgar Mendieta, ese personaje tan peculiar y atractivo, que sin ser un ejemplo de corrupción, se mueve siempre en aguas procelosas, que recurre a la ayuda de los narcos a los que combate si los necesita.
R. El Zurdo sabe muy bien donde trabaja y cuáles son las fuerzas que pueden estar en contra y a favor. Él simplemente las usa. Un policía que hace su trabajo en una corporación como las mexicanas tiene que usar todo si quiere sobrevivir, si no, no lo consigue. Porque ahora están haciendo purgas de policías corruptos, pero antes ha habido muertes de policías que trabajaban relativamente bien que serían los padres de Mendieta. El Zurdo no quiere enfrentar a los narcos, pero tampoco quiere ser gente de ellos, los usa. Mendieta tiene que estar muy consciente de la realidad en la que le toca operar y entonces ahí a veces tiene que haber un contubernio, una convivencia con los mismos malos que no siempre está muy clara.
P. ¿De dónde sale ese lenguaje tan peculiar, reconocible y único?
R. Parto del lenguaje callejero, del lenguaje que no tiene a veces mayor explicación que la arbitrariedad. Sin embargo, al principio me gustaba mucho desbocarme, ahora creo que me autorregulo lo suficiente. Eso sale de todas partes, pero básicamente de la calle, en los bares aprendo muchísimo, de la tele, de las lecturas.
P. Pero, en cierto modo, esa búsqueda era asomarse al abismo, cruzar otra frontera.
R. El asunto era que yo tomara confianza. Yo me decía: Aristófanes usó expresiones no habituales, que no las utilizaría Sófocles, lenguaje fuerte, popular. Descubrí que Dante, cuando decide escribir La Divina Comedia en italiano decide incluir lenguaje popular y que tardó 12 años en publicarlo porque sus amigos le decían que no lo hiciera, que ese lenguaje no le iba a llevar a ningún lado. Yo tengo dos maestros españoles que no me fallan: Cervantes y Quevedo. Y Shakespeare, que en Hamlet ya usa palabras que puso como le vino en gana y que solo tienen una función poética, y son expresiones callejeras, a veces solo se trata de reproducir sonidos, el significante y no el significado y eso me gusta muchísimo. Esos genios de la literatura me muestran que todo tiene un límite y que el lenguaje es representatividad y que es algo mucho más profundo que simplemente la utilización de una palabra, creo que es la expresión también de un perfil cultural. Esto lo he notado en el momento de ayudar a mis traductores. Cuando explico una expresión no solo tengo que poner el significado probable, sino que tengo que explicar cuál es su origen, dónde se usa, y este proceso me ha dado confianza para usar expresiones con total libertad; son expresiones reales, tienen una explicación que soy capaz de dar.
P. ¿Tiene miedo a perder lectores en esa búsqueda de un lenguaje tan personal? Porque le aseguro que la reproducción literaria del lenguaje de Sinaloa crea problemas al lector.
R. No me preocupa porque mi lector ideal es una persona curiosa, temperamental y también un lector que lee por apasionamiento y si lee por apasionamiento es capaz de superar ciertos obstáculos que son mínimos.
P. ¿Dónde se encuentra el español a principios del siglo XXI?
R. Creo que hay que sentirse orgullosos de la lengua que hablamos. Orgullosos en el sentido de que es una lengua que está viva, y que desde luego siempre está generando expresiones que como son nuevas no conocemos, algunas no sobreviven, otras sí pero creo que es una lengua muy fuerte. A veces me da grima que no sea más importante.
P. ¿Qué le falta a nuestra lengua para tener la consideración que se merece?
R. Menos complejos. Yo descubro que cada vez hay más críticos y escritores que se ocupan de sus lenguas, pero nuestros libros más vendidos siguen siendo traducidos, algo que no ocurre en Reino Unido, EE UU o Alemania. ¿Qué ocurre con nosotros? Tenemos que reforzar la identidad y para ello tenemos que impedir que en países como España, que ha llevado el español por el mundo, se bloqueen las renovaciones. Las únicas limitaciones tienen que ser nuestras propias limitaciones como autores, que a veces ya son demasiadas para tomar otras que tienen que ver con el manejo del público al que llegamos.
P. ¿Cuáles son sus principales influencias en el ámbito de la novela en español contemporánea?
R. Dos novelistas que me han influido. Uno mexicano: Rafael Bernal, autor de una novela genial que es El complot mongol, novela cruda, por el lenguaje, por lo que ocurre, con un detective, García, muy mal hablado; y un escritor brasileño que se llama Rubem Fonseca, que no en toda su obra, pero si en algunas partes, usa el lenguaje de la calle con muchísima propiedad y también el manejo de la ironía, una ironía muy velada, que es donde está su fortaleza y que tiene que ver con el perfil de sus personajes. Me gusta también cómo manejan los colombianos Mario Mendoza, Jorge Franco, Santiago Gamboa ciertas formas del lenguaje de la calle. Siempre te da la sensación de que se puede. Borges y su obra Hombre en la esquina rosada, un cuento de cuchilleros en el que se usa el lenguaje popular con una propiedad, un ritmo un poco antiguo, es una de mis referencias constantes.


(La geografía social de México ha entrado en una franca mutación con el poder económico del narco: desde las relaciones de los partidos políticos con los ciudadanos, los nexos política-narcotráfico, hasta los vínculos consanguíneos entre las familias, el clero-gobierno, etcétera. Entrevista de Juan Carlos Galindo, Segovia, España, tomada del diario El País.)

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