miércoles, 17 de agosto de 2011

FRANCISCO TARIO (1911-1977)

En un mueble comprado décadas atrás en una iglesia por el escritor Francisco Tario (1911-1977), se alojan álbumes con fotografías y recortes periodísticos (en donde aparecen cuentos no incluidos en sus libros), originales mecanográficos (con material inédito), una partitura de su autoría (“Fantasía del amor”), dibujos eróticos, grabaciones y objetos varios. Esa cómoda antigua emprendió en los años 50 del siglo XX el viaje de la familia Peláez-Farell a España; fue heredada por uno de los hijos, Julio (de oficio pintor), quien en los años 90 la trajo de regreso a la ciudad de México y la ha llevado consigo en sus ya varias mudanzas por esta metrópoli.
Ese mueble, de frente barroco y laterales coloniales, parece un pozo sin fondo; de ahí salieron, tiempo atrás, las obras de teatro incluidas en el volumen El caballo asesinado (1988); de ahí surgió la novela Jardín secreto (1993); y, en lo que parecía un último hallazgo, ahí apareció el cuento infantil “Jacinto Merengue”, incorporado en el 2002 a unos Cuentos completos que hoy resultan no serlo, porque faltan, para empezar, dos relatos que Tario publicó en el suplemento “México en la Cultura” del diario Novedades: uno es “Jud, el mediocre” (14 de octubre de 1951) y el otro “Septiembre” (20 de abril de 1952), no considerados en Tapioca Inn: mansión para fantasmas (1952) y que Tario olvidó en la confección de Una violeta de más (1968).
Ésto, más lo inédito, está aún sujeto a revisión y a la espera del momento adecuado para que se publique. Y numerosas fotografías, con las que el INBA montará una exposición a inaugurarse en el mes de noviembre en el Centro de Creación Literaria Xavier Villaurrutia. O 17 discos de gramófono, en donde se escucha a Francisco Tario al piano y de los que surgen también voces como las del poeta Octavio Paz y la narradora Elena Garro (que eran sus vecinos). Esos discos están siendo digitalizados por la Fonoteca Nacional.
Todos estos tesoros emergieron de esa cómoda antigua hoy instalada en un departamento de la colonia Narvarte, en la víspera de que se conmemoren los 100 años del nacimiento de Francisco Peláez Vega, cuyo nombre de pluma era Francisco Tario.
El hijo de Tario firma sus cuadros como Julio Farell; siguió no el oficio paterno sino el del tío, Antonio Peláez. En algún momento decidió raparse la testa, para disgusto de su padre, quien le comentó que cuando los vieran juntos dirían que se trataba de una convención budista. Julio agregó una barba, hoy muy crecida, que lo distingue de su papá.
Con dedicatoria directa a los hijos, Tario escribió “Jacinto Merengue” y “Dos guantes negros”. Este último cuento estaba perdido, y surgió hace poco de la cómoda como libro artesanal; es un ejemplar único armado por el autor, que debía ilustrar Julio, quien lo hizo parcialmente. El relato está completo. A la manera de los cuentos de La noche (1943), en él, los objetos cobran vida: uno es un guante asesino y el otro intenta impedir las tropelías cometidas por su par.
“Nos los leía en voz alta; los escenificaba con dibujos realizados por él, hacía mímica, en una actuación hecha sólo para nosotros y que nos impactaba”, recuerda Julio.


(clasificado entre los raros de la literatura mexicana, Francisco Tario, al igual que la narradora y poeta Amparo Dávila sigue siendo motivo de lecturas y estudios por parte de las nuevas generaciones de estudiantes universitarios. Nota tomada de El Universal.)



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