Además de escuchar al jazzista argentino Gato Barbieri, acometer sin rubor una siesta de más de una hora, elaborar un spaguetti rústico y mezcarlo con vegetales que se dan en abundancia en tierras semidesérticas del centro-norte de mi domicilio, este domingo lo he derrochado en el ocio y la vagancia en una celda de seis por cuatro, mientras las cortinas eran llevadas y traídas por un ventarrón impredecible
Eran casi las 16 horas cuando, obligado por el tedio, salí de casa con dos cintas, una del alemán Wim Wenders y otro de un talentoso cineasta mexicano, autor de la celebrada Temporada de patos, que, yo intuía, dejaría en casa de Laura, una mujer a merced de la limpieza de su casa, que poco a poco va acondicionando para cuando llegue el momento de la jubilación. Ahí, en un rincón, planea tener un estudio, no sé si con chimenea para los inviernos crudos, no sé si con una lámpara para los libros necesarios en la noche, las madrugadas y el café de las primeras horas de la mañana. Ahí, en esa casa, pasea y se echa cerca de las visitas, Harry, un hush puppies de mirada piadosa y orejas gachas, atento a la charla de los adultos.
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