Nadie ignora que la novela de mayor brío que se está escribiendo en México y en legua española ha salido de la computadora personal de Daniel Sada. Pero también ha salido de su memoria, su experiencia y su corazón.
Su caso supone una referencia obligada a nuestro amplio condado literario del noroeste y del norte sentimental, pues no de otras latitudes se ocupa Daniel en su muy exitosa y muy legible novela que acaba de aparecer: A la vista, publicada por la editorial Anagrama. Es tan creativo que ya su editor Jordi Herralde tiene en Barcelona su última novela: El lenguaje del juego, que verá la luz a fines de este año.
No habla de la violencia porque está implícita y porque Daniel Sada está consciente, por razones de oficio, de que el narcotráfico no es el texto: el narco es el contexto, el vaso que contiene la cerveza, la taza blanca y el café negro, el cuerno de la abundancia mexicana y el cuerno del saqueo que todos los días cometemos los mexicanos en nuestro despiadado intento de acabar con el país.
A Daniel Sada no le gusta vender de antemano la historia en sus títulos. Y, como el guatemalteco Rodrigo Rey Rosa, los escoge procurando que no quieran decir nada: Porque parece mentira la verdad nunca se sabe, recientemente traducida al francés por el crítico más importante en Francia de la novela latinoamericana: Claude Fell, que decidió intitularla L’Odissé Barbare. También en Estados Unidos se ha traducido, por Catharine Silver, Casi nunca como Almost Never.
Otros de sus títulos son Luces artificiales, Registro de causantes y Albedrío, Juguete de nadie y Lampa vida.
Nacido en Mexicali en 1953, Daniel Sada pasó su infancia en Sacramento, Coahuila, y allí tuvo su educación sentimental y moral. Ha sido un hombre que no cubre el perfil del escritor típico de nuestro tiempo mexicano. No sigue el modelo Carlos Fuentes de carrera literaria, que es el más emulado. Nunca le ha parecido muy elegante la autopromoción ni se afana mucho por ser un novelista mediático, demasiado vehemente en los medios audiovisuales o demasiado vociferante en los periódicos. No es ese su estilo ni va con su carácter. No tiene la obsesión de la buena ropa. No va a cenas ni a cocteles ni hace vida social. Prefiere la comida china que la que sirven en El Cardenal. Sí ha sido en cambio muy generoso con su tiempo que ha compartido con los escritores jóvenes durante veinticinco años de dar talleres literarios. No lee periódicos ni revistas: cree que la concentración en la escritura es lo más parecido a la felicidad.
El novelista bajacaliforniano —que pasa ahora por su mejor momento: lo invitan de todas partes, de Nueva York, Nueva Delhi, Berlín, Buenos Aires— tiene para sí que uno de los narradores más prometedores hoy en México es Yuri Herrera (Actopan, 1970), autor de Los trabajos del reino. Y piensa, por otra parte, no sin razón, que las mentes más brillantes de la literatura mexicana hoy en día responden a los nombres de Christopher Domínguez y Juan Villoro. Son talentos excepcionales, dice.
“Sada encauza sus historias por una corriente donde navega solitario. Es una suerte de pozo artesiano nacido en las profundidades de la lengua, un ímpetu que brota impulsado por una pasión por el sonido y el sentido del léxico erudito y el habla popular que él fusiona”, dice la escritora Ana Terán, que lo ha leído y lo conoce bien.
(nota de Federico Campbell tomada de Río Doce en línea.)
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