En uno de sus primeros cuentos, Mario Levrero (1940-2004) narra la experiencia de abrir un encendedor. Una vez retirado el primer perno, el personaje del texto comienza a retirar piezas insospechadas no sólo por su función sino por su tamaño. Más tarde termina atrapado en el interior de una de las partes riéndose por haber desarmado el encendedor que en la oscuridad le habría sido de gran ayuda.
Tal es la literatura de Mario Levrero que con anécdotas en apariencia mínimas desarrolla historias impredecibles.
Jorge Mario Varlotta Levrero nació en Montevideo y desde que se lo propuso ha sido la referencia natural de la mejor literatura uruguaya. Ampliamente influido por Kafka —su primera novela, La ciudad, se desprende de su lectura de El castillo—, en Levrero convergen además matices de Onetti y de Felisberto Hernández. Prácticamente toda su vida rehuyó el mundo de la literatura del cual abominaba: “Digo a menudo que escribir es fácil; lo difícil es ser escritor, aguantar las penurias de semejante vida. Yo me resistí todo lo que pude y recién me reconocí plenamente como escritor cuando ya no lo era”.
Como otros autores periféricos hizo de todo durante su vida aunque nunca se alejó del ámbito editorial: guionista, fotógrafo, dibujante, editor… Situación que le permitió escribir siete libros de cuentos y siete novelas incluida la “Trilogía involuntaria”, llamada así por él mismo cuando se percató de que ya había escrito tres novelas.
La etiqueta que se le ha colgado a Levrero es la de inclasificable; textos suyos han aparecido junto a nombres como Philip K. Dick y Brian Aldiss en antologías de ciencia ficción. Y es que el universo de Levrero es ante todo caótico, después abstracto, y luego especulativo. En su pluma, esta combinación genera un ambiente de azar y misticismo.
El complejo universo generado a menudo resulta tener atributos de laberinto; esto quedó patente desde su primer libro, La máquina de pensar en Gladys (cuentos), en el que los personajes llegan o están en un lugar obstruido —sótano, casa abandonada, jardín— y deben salir de ahí pese a las singularidades tipo Lewis Carroll. En la novela El lugar el laberinto es subterráneo y está emparentado con el infierno; en tanto que en Dejen todo en mis manos el laberinto es la provincia uruguaya donde un escritor rechazado debe encontrar a un escritor anónimo que ha escrito una obra maestra.
El interés de Levrero por la parasicología se ve reflejado en obras como El alma de Gardel donde dicha alma es un pneuma que a veces adopta la figura de una rubia y desea liberarse, para ello pide que no la piensen más. En el año 2000 Mario Levrero recibió la beca Guggenheim. El tiempo así ganado lo empleó en concluir el que sería su último libro, La novela luminosa, donde se propuso contar “experiencias luminosas”. La obra fue póstuma y el tema, el pretexto para reflexionar sobre la escritura que, en su caso, siempre ha sido de una claridad deslumbrante.
(nota de José Abdón Flores, reproducida del suplemento Laberinto, Milenio diario.)
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