El rotundo y raro encanto de Fernando Pessoa, el más universal y el más portugués de los poetas, a lo largo del tiempo y las distintas canonizaciones, sigue generándose de boca en boca, de persona a persona. En esta ponencia presentada ante el reciente II Congreso Internacional Fernando Pessoa en Lisboa, Rodolfo Alonso repasa las particularidades de una obra singular y, entre ellas, una traducción argentina que se adelantó incluso a su edición en Portugal.
Por Rodolfo Alonso
Los argentinos bien podríamos preciarnos de haberlo descubierto. O, al menos, de haber sido uno de los primeros en hacerlo. Mucho antes de que empezara su consagración, cuando hasta en Portugal era casi desconocido, en 1961 Fabril Editora publica en Buenos Aires la primera traducción de Fernando Pessoa en América latina. Y fue, al mismo tiempo, la primera en castellano de todos sus heterónimos. El reconocimiento llegó incluso a Portugal, donde esa edición argentina tuvo el honor de ser celebrada en Lisboa por Maria Aliete Galhoz, que en 1963 dijo: “Rodolfo Alonso nos restituye un poeta a través del amor de otro poeta”.
Cuando Aldo Pellegrini, siendo yo tan joven, me ofreció, a fines de 1959, seleccionar y traducir una amplia antología de Fernando Pessoa, recuerdo que fue arduo convencer a su cuñado, Francisco Caetano Dias. Como si su familia se avergonzara de ese extraño pariente de vida más que anónima, que recluyó bajo la humilde apariencia de esporádico traductor de correspondencia extranjera para casas comerciales la gestación de su “drama en gente”, la múltiple obra de creación que lo poblaba. Sólo se había vertido entonces en castellano a un único heterónimo: Alberto Caeiro (Madrid, 1957), en cuya introducción su traductor, Angel Crespo, afirmaba claramente: “Creo que éste es el primer libro de versos de Fernando Pessoa que ve la luz en nuestro país”. Pero lo relevante de esa primicia argentina (primera en castellano con los heterónimos, primera en América latina) no se limita a su concreción, de hecho pionera, sino también a la intensidad con que fue recibida en todo el ámbito de nuestra lengua. La aceptación de los lectores fue tan inmediata que en contado plazo, y sin publicidad alguna, exigió sucesivas reediciones, anticipando lo ahora evidente: Pessoa conquista sus admiradores de a uno, de persona a persona, por la propia potencialidad de sus poemas, sin que se trate en absoluto de un éxito programado, superficial, y de forma tan indeleble que todavía –me consta– aquella edición se conserva en bibliotecas privadas como un acontecimiento, y en el corazón y en la memoria como un entrañable compañero, de huella perdurable.
Ahora que una canonización universal confirma la premonición de Adolfo Casais Monteiro, quien ya en 1958 lo vio como “el más universal y el más portugués de los poetas de este siglo”, me sigue sorprendiendo la exquisita avidez, la delicada fidelidad con que tantos lectores, en esta era de banalidad globalizada, viven como descubrimiento propio, trascendente y enriquecedor, a ese gran poeta distante, multifacético, exigente y oculto. Una de las condiciones de cuyo encanto será siempre el carácter auténticamente enigmático, la irónica altivez de quien supo desnudarse a fondo: “Trata de seducir con lo que hay en tu silencio” nos dejó dicho, en el inglés de su infancia.
Poco habría importado a Pessoa que sus inquietudes cambiaran de sentido en el contexto de otras épocas. ¿Cómo iba a imaginarse lineal, definitivo, quien vio hacerse en sí mismo a diversos creadores, de personalidades y obras diferentes? ¿Cómo iba a resultar explícito el mosaico de una personalidad celosamente oculta detrás de fantasmas fascinantes: “Eras muchos, eras todos, / y nunca eras nadie”? Pero aún hoy, es del legendario baúl que en Lisboa conserva su disperso y al parecer infinito legado, de donde se continúa dando a luz nuevos libros de Pessoa. Y sus lectores, ya que se trata de obras exigentes, no son los de tanto best seller predigerido sino aquellos que, como dijo Ricardo Piglia, son los únicos para quienes vale la pena escribir: los que siguen buscando el texto único en la maraña de las librerías marginales.
Pessoa no sólo concretó lo que el genial Rimbaud había intuido: “Car JE est un autre” (“Porque YO es otro”). También nos dejó no pocos enigmas contagiosos. El hecho sorprendente de que su apellido, “Pessoa”, signifique “Persona” en portugués, ya sería suficientemente premonitorio pero, además, su etimología nace en “Máscara”. De esas máscaras que son uno y muchos, de esas máscaras que revelan y velan, que cubren y descubren, Pessoa hizo nacer espejos, imborrables y hondos, que nos siguen hablando a la vez de él y de nosotros. Porque el arte no puede ser ni juego, ni entretenimiento, ni espectáculo, sino apuesta desmedida. Como él mismo afirmó: “La literatura es la prueba de que la vida no alcanza”.
Messagem (1934) fue el único libro en portugués que Pessoa editó en vida. Presentado al concurso de un movimiento nacionalista, le fue creado un premio de “segunda categoría”, a cuya entrega no asistió. Pero así había comenzado a convertirse en ese “súper Camoens” a cuya necesidad aludió (aparentemente sin involucrarse) en una célebre carta. Imbuido en el mito que auguraba un mesiánico regreso del rey Don Sebastián para devolver a Portugal su edad de oro, resultaría muy pobre considerar apenas como argumentación patriótica (aunque no deja de serlo) a ese libro ejemplar, de deslumbrante y precisa limpidez. No sólo porque dijo: “Soy, de hecho, un nacionalista místico, un sebastianista racional. Pero soy, aparte de eso, y hasta en contradicción con eso, muchas otras cosas”, sino también porque añadió, frenando ensoñaciones imperiales: “Para el destino que presumo será el de Portugal, las colonias no son necesarias”. Porque era portugués, sí, pero también (“mi alma atlántica”) mediterráneo, europeo, universal.
Y resulta llamativo que aluda a su época con la misma lucidez con que predice genialmente la nuestra: “El esfuerzo continuado que requiere producir incluso un pequeño poema bueno excede la incapacidad constructiva, la mezquindad del entendimiento, la futilidad de la sinceridad y la desordenada pobreza de imaginación que caracterizan a nuestros tiempos”. Anatema que se hace premonitorio en palabras nada complacientes: “Por un lado hay demasiada gente que escribe, que dibuja y que maltrata el arte de distintas maneras. Esto genera confusión. Por el otro lado, esta verdadera multitud de artistas hace de la publicidad y de la autoafirmación del más bajo nivel una defensa contra la oscuridad”.
Susan Sontag afirmó que “el gusto es el contexto y el contexto ha cambiado”. Y Luis Cernuda señaló, citando a Bécquer, que la obra de arte alcanza las dimensiones de la imaginación que impresiona. Y se refería, sin duda, al legítimo alcance que una gran obra podía lograr, al ser descubierta y valorada por una cultura.
Pero hoy, emasculándola al masificarla, oscureciéndola al exhibirla a plena luz, la sociedad de consumo destruye con bárbara inocencia el sentido crítico, la negatividad de una gran obra mediante el simple recurso de hacerla triunfar en el mercado, sin volverla cultura, no creo que sea posible con Pessoa. Su renombre no deriva de la aprobación masiva, sino que sus lectores siguen surgiendo espontáneamente, de uno en uno. A pesar de encontrarse traducido casi en todo el mundo, a pesar de los incontables estudios sobre su obra y su persona, algo lo mantiene fuera de la desoladora tiranía del mercado.
Algo secreto seguirá siempre vigente en el Pessoa público. Algo intransferible. ¿Qué puede hacer la sociedad del espectáculo con alguien capaz de palabras tan ferozmente irrecuperables como éstas? “Si escribir –en el sentido de escribir para decir algo– es un acto que tiene el cuño de la mentira y el vicio, criticar cosas escritas no deja de tener su correspondiente aspecto de curiosidad mórbida o de futilidad perversa. Y cuando la crítica es, además, escrita, su inmoralidad esencial se refina hasta lo repugnante. Se contagia de la enfermedad del criticado: el hecho de existir en lo escrito.”
Fernando Pessoa es felizmente irrecuperable. Como su gemelo no menos oscuro e indeleble, Franz Kafka, en una carta a de 1923, bien hubiera podido decirnos: “¿De qué estás hablando? ¿Qué ocurre? Literatura, ¿qué es eso? ¿De dónde viene? ¿Para qué sirve?”. Lo cual prueba que ambos fueron y son auténticos escritores, escritores de raza, nunca apenas meros literatos.
Fragmento de la ponencia presentada ante el II Congreso Internacional Fernando Pessoa, organizado en Lisboa por la Casa Fernando Pessoa, del 23 al 25 de noviembre de 2010
(El primer libro de Fernando Pessoa que tuve conmigo se lo regalé a un amigo internado en el centro médico, donde la aplicaban radiaciones contra un cáncer, era una edición argentina que encontré en la librería universitaria de Insurgentes cerca de Yucatán. Aunque Carlos Luján ya murió sus descendientes no me permitirían mentir. Nota tomada del suplemento 'radar libros', del diario Página 12 de Buenos Aires.)
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