Ser mujer en el siglo XIX no era fácil. Las jóvenes combinaban los ideales del convento, el recato y la severidad, con la fogosidad de las pasiones literarias. La lectura, no siempre permitida, era una forma de vislumbrar otra vida, sin prejuicios. Amores fogosos, aventuras en tierras desconocidas, lujo, voluptuosidad. Páginas devoradas por adolescentes ilusionadas. Pero la pasión no puede quedarse en promesa. Algunas mujeres se enfermaban por sus sueños truncos, pero el entorno puritano rechazaba los excesos del romanticismo.
Emma Rouault, más conocida como Madame Bovary, fue una víctima desafiante de su época. Intentó sacudirse los prejuicios, pero se le volvieron en contra, como astillas envenenadas. Gustave Flaubert comenzó a escribir su historia en 1851. Le llevó cinco años terminarla, y se enfermó los últimos meses, como su protagonista. El lugar en que vivía Flaubert, una finca que había heredado de su padre, en Croisset, coincidía también con las señas de Emma, que de niña había vivido en la granja Les Bertaux, muy cerca de Croisset.
Emma conocía de sobra el campo: el balido de las ovejas, los arados, la producción de leche. Le escapaba a esa rutina con la imaginación. A los 13 años la enviaron a un convento en la ciudad. Allí conoció a una extraña solterona, que venía todos los meses a hacerse cargo de la ropa blanca y, a hurtadillas, le prestaba libros de romances y aventuras. Durante seis meses, junto con sus amigas del convento, Emma se dedicó a esas "novelas de amantes, de amadas, de damas perseguidas que se desvanecían en pabellones solitarios". Después descubrió a Walter Scott y comenzó a soñar con cofres, soldados y trovadores. Sus heroínas eran María Estuardo, Juana de Arco, Eloísa, Inés Sorel, Clemencia Isaura.
La muerte de su madre interrumpió esas fantasías. Acongojada, quiso hacer un cuadro con el pelo de la muerta y pidió que al morir la enterrasen en la misma tumba que su madre. Preocupado por esa desesperación y esos ruegos, monsieur Rouault la sacó del convento. Al volver a la granja, Emma ya no era la misma. El mundo de fantasías de la huérfana no encajaba en su entorno rural. Nunca llegó a creer que podía encontrar en aquella calma su soñada felicidad.
Una noche, su padre sufrió un accidente y se pidió la atención urgente de un médico. Charles Bovary ejercía su profesión en Tostes, un pueblo cercano. A eso de las once de la noche, el trote de un caballo y la súplica de que acudiera a la granja de los Rouault lo despertaron. Llegó a las cuatro de la mañana. Entonces conoció a Emma, y fue inmediatamente seducido por sus hombros: ella no llevaba chal sobre su vestido sin mangas. Al agacharse para recoger su fusta, después de la visita, Charles sintió el roce del cuerpo de Emma, que se había inclinado para alcanzársela. Desde ese momento hasta el pedido de casamiento pasaron pocos meses: los necesarios para que Charles enviudara de su esposa Heloïse y regresara para buscar a Emma.
Emma se mudó a la casa de la familia de Charles, en Tostes. Al entrar, vio el reseco ramillete de novia de Heloïse junto al suyo, nuevo y fresco. En ese momento, se preguntó qué sería de Charles si por casualidad ella muriera. Pero el amor pasó: con el tiempo, su marido comenzó a parecerle insulso. No le interesaba el teatro, ni nadar, ni manejaba armas, ni actuaba como un verdadero jinete. Pero, sobre todo, carecía de ambición. Comenzó a tener ataques de vértigo y náuseas. Algunos días, hablaba sin parar; otros, enmudecía, como embotada. Se volvió pálida y sufría de palpitaciones. Charles le administró valeriana y baños de pie con alcanfor.
En su fuero íntimo, "Emma trataba de saber qué se entendía exactamente por las palabras felicidad, pasión y embriaguez, que tan hermosas le habían parecido en las novelas".
Charles la llevó a Ruán y consiguió un puesto en un pueblo cercano, llamado Yonville-l'Abbaye. En la fonda León de Oro, Emma conoce a Leon Dupuis. A los dos los deleitan sus conversaciones, peligrosamente chispeantes. Por su parte, el farmacéutico del pueblo, monsieur Homais, es digno de una novela aparte. Como buen hijo de su siglo positivista, creía con fervor en la razón y en el saber. Este boticario es fundamental en el destino de Emma: es quien le ofrece su biblioteca, que tiene libros de Voltaire, Rousseau y Scott, pero también la poción de la muerte.
Al poco tiempo, Emma queda embarazada de una niña que se llamará Berthe. Para su marido, "era otro lado de la carne que se establecía y algo como el sentimiento continuo de una unión más compleja". Ya no le faltaba nada. Pero Emma se siente cada vez peor. La sofoca su propio hastío. Llega a hacerle un corte en la mejilla a su pequeña hija, por causa de su hartazgo y su descuido. "Su enfermedad, por lo que puede saberse, era una especie de bruma que se le formaba dentro de la cabeza", dice Flaubert. Un día, acodada en el marco de su ventana como en una prisión, Emma ve a Rodolphe Boulanger, hombre de mundo y de muchas amantes. Emma se le entrega con pasión. Ahora, se ve distinta en el espejo. Nunca había creído tener ojos tan grandes, tan negros ni de semejante hondura. Algo sutil esparcido sobre su persona la transfigura. Por el cambio de sus hábitos eróticos, "sus miradas se volvieron más atrevidas y sus charlas, más libres", dice el autor. Lo que más placer le daba era decir de viva voz: "Tengo un amante, tengo un amante". Según Mario Vargas Llosa, había ingresado en la "orgía perpetua".
Emma planificó la huida con Rodolphe, pero éste no dudó en abandonarla. El alma de Emma se enfermó nuevamente, hasta que se cruzó en un teatro de París con Leon Dupuis y se encendió una nueva pasión. Pero Flaubert demuestra que la infidelidad conduce al aburrimiento y a la extinción de la pasión: "Emma encontraba en su adulterio con Leon todas las miserias del matrimonio". Las deudas comienzan a acorralarla. La humillación se vuelve moneda corriente. Llega a rogarle a Rodolphe que le preste dinero, después de que éste la hubiera abandonado. Ahogada en deudas, el suicidio fue su remedio fatal. La torpeza en la ingesta del arsénico le produjo una agonía lenta, por la que desfilaron todos los personajes del pueblo.
Muerta Emma, nace el "bovarismo", una forma de nombrar la insatisfacción matriomonial femenina.
(¿Puede una mujer insatisfecha optar a un tiempo por la rebeldía y el suicidio; es la autodestrucción una forma de rebeldía; es verdad que la mayor libertad del ser humano se encuentra en la libertad de terminar con sus días? Creo que me hacen falta varias relecturas de la novela más leída de Flaubert para responder a estas interrogantes. Un día regalé "Buvard y Pécuchet" que, encontré, es el reverso de la atormentada Emma. Nota sustraída del suplemento 'adn' de La Nación, Buenos Aires, autora: Silvia Hopenhaym.)
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