El viernes pasado escuché a Carmen Aristegui cuando pidió al aire, con toda la seriedad posible, una respuesta formal de la Presidencia sobre si Felipe Calderón tiene o no problemas con el alcohol. Recordé cómo eran las cosas décadas atrás, cuando había tres figuras prácticamente intocables para la crítica periodística: el Presidente, el Ejército y la Virgen de Guadalupe. La batalla por romper con ese tabú fue larga, pero ha logrado cambios radicales a favor de la libertad de expresión, pensé. Tres días después, la prestigiada voz de la periodista estaba fuera del aire.
No es una voz más. Es una voz profesional, respetada internacionalmente y reconocida en México por una gran audiencia, con lugar para sus críticos, que la sigue a diario para acercarse a voces y realidades desde un periodismo independiente que ejerce su derecho a la crítica y a la pregunta, muchas veces incómoda, pero necesaria y saludable en una sociedad que aspira a la democracia plena.
En abril de 1982 la revista Crítica política publicó una portada de Naranjo en la que aparecía el entonces presidente José López Portillo sentado en un banquito, con una paleta de óleos en una mano y un pincel en la otra, y atrás un lienzo con la imagen de una República Mexicana cuyas formas se perdían en colores desparramados, era “El balance del sexenio”. Francisco Galindo Ochoa, entonces coordinador de Comunicación Social de la Presidencia, amenazó a los editores: “A Ustedes, por publicar una caricatura que deteriora la imagen del Presidente, les va a pasar lo mismo que a Proceso. No recibirán ni una línea de publicidad del gobierno. Si quieren criticar al presidente háganlo, pero no con nuestro dinero. Se les pide tan poco y ni eso hacen. Yo soy el encargado de aplicar esa política”. Y aplicó la censura.
Treinta años después ya no es el encargado de Comunicación Social de Los Pinos quien cuida la imagen del Presidente. En el caso de Carmen Aristegui dicha tarea la asumió MVS al pedirle a la periodista que ofreciera una disculpa pública y al despedirla por negarse a hacerlo.
La empresa argumenta que Aristegui “transgredió un código de ética”. Pero ella no difundió “un rumor como noticia”. Hizo una pregunta y su inquietud, compartible o no, fue castigada con un despido fulminante en el que lo único digno, en todo el episodio, fue su negativa a someterse. MVS asegura que el resto de sus conductores “gozarán de la libertad de expresión que la Constitución otorga”, lo real es que le abrió la puerta a la autocensura.
Porque, como diría Monsiváis: “La libertad de expresión es, sencillamente, la posibilidad de ejercerla.
(Con la salida abrupta de Carmen Aristegui de la empresa de comunicación MVS se ha acallado la voz de las mujeres perseguidas hasta el exterminio en una sociedad machista, se ha silenciado a un ser pensante que encontraba la punta de la madeja en cuestiones de seguridad nacional y crimen organizado en bien planeados debates en que intervenían las partes involucradas en un conflicto, ¿es mucho lo que se ha perdido por complacer a un primer gobernante de dudosa capacidad para entender lo que pasa en este país? Nota de Adriana Malvido sustraída de diario Milenio.)
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