Es uno de los compositores más cotizados del momento y por eso la Orquesta y Coro Nacionales de España le dedican desde hoy su Carta Blanca. El argentino volverá a España en julio para el estreno de Ainadamar, su ópera sobre Lorca.
A Osvaldo Golijov (La Plata, 1960) le obsesiona el mar. Si no fuera compositor se dedicaría, dice, a explorar los fondos marinos o a perseguir ballenas con un barco. Cualquier cosa que, en contacto con el agua, le permitiera sumergirse en “paraísos interiores” y “perder la noción de lo cotidiano”. Incluidas las buenas críticas, como aquella del Daily Telegraph que lo bendecía recientemente como el compositor más cotizado del continente americano.
Han pasado casi once años desde el estreno en Stuttgart de la Pasión según San Marcos con la que se dio a conocer internacionalmente a propósito del 250 aniversario de Bach, pero por encima de los Grammys y la estadística de sus 23 grabaciones, Golijov reivindica su independencia creativa para seguir desdibujando las fronteras que separan la música clásica y la popular, “si es que tal cosa llegó a existir en algún momento”.
No importa que Peter Sellars le haya acondicionado su primera ópera, Ainadamar (que se estrenará en España en el próximo Festival de Granada y que está incluida en la próxima temporada del Teatro Real), o que Francis Ford Coppola le encargara la banda sonora de sus tres últimas películas. El compositor argentino no especula con el éxito y asegura estar sucumbiendo, paulatinamente, al lado más apartado y solitario de su oficio. “Con Schubert me he adentrado en la oscuridad del túnel y me he hecho adicto al vértigo del piano”.
Esta tarde la Orquesta y Coro Nacionales de España abordarán, a las órdenes de Miguel Harth-Bedoya, el primero de los siete conciertos que comprende la séptima edición de la Carta Blanca. Un ciclo que en este tiempo ha acercado al público del Auditorio Nacional al universo de algunas figuras clave de la composición contemporánea (Cristóbal Halffter, Henri Dutilleux, Elliott Carter, George Benjamin, Sofia Gubaidulina...). No se trata de un simple monográfico, sino de una ocasión única para escuchar juntas obras de varios compositores e intérpretes que han influido en la carrera de Golijov.
-¿Qué comparten John Adams, Steve Reich y usted, además de la portada que les dedicó la prestigiosa revista Gramophone?
-Nos une la admiración y nuestra condición de compositores personales. Sería pretencioso por mi parte hablar de línea sucesoria. Reich revolucionó la filosofía musical y, a sus 75 años, sigue siendo un explorador del abismo. Adams es una especie de Verdi moderno que ha sabido adaptarse a la música de cámara tanto como a las salas de concierto o a las casas de ópera. En cuanto a mí, me considero un cometa tipo Mussorgsky.
-¿En qué sentido?
-No me siento ni tan grande ni tan considerado. Quiero pensar que lo que digo puede tener cierta validez y quisiera que trascendencia. Pero camino sobre los márgenes. Cuando el wagnerianismo dominaba todo el paisaje, Mussorgsky encontró otra solución, una vía alternativa que transitaron Debussy o Janácek.
-¿Quiere decir que es usted un compositor solitario?
-En cierto modo sí. No es algo que haya elegido, más bien lo he ido descubriendo con los años. La peor condena del hombre es no llegar a conocerse del todo y vivir en la incertidumbre de algo que nunca llega. Más vale un don nadie convencido que cien pequeños Wagner.
Una caravana sonora
-Resulta extraño oírle hablar así precisamente a usted, que se ha convertido en superventas y en motivo de tregua para el público y la crítica especializada.
-La culpa es de Schubert. Llevo un tiempito encerrado en sus quintetos, sus sonatas, yendo de Schwanengesang a Winterreise, y de vuelta. Su grandeza y profundidad no entienden de Grammys ni de éxitos.
-Como compositor, ¿necesita la experiencia directa con cada instrumento?
-Necesito palpar cada tecla del piano, recorrer el laberinto previamente imaginado. Y permítame que vuelta a recurrir a Schubert, que fue quien acuñó el modo caminante. “Moderado, en movimiento de caminar”, según sus propias palabras. Con él, el piano deja de ser un mueble de salón para convertirse en un medio de transporte.
-¿Como lo fue aquella Caravana junto al Kronos Quartet?
-En aquel disco arreglamos melodías tan alejadas como un fado, un tema hindú, un corrido mexicano, música de Irán, Hungría, árabe... Demostramos que no existen territorios geográficos para la música. Sólo zonas emocionales. No hay diccionario que contenga el matiz que distingue la melancolía de un tango de la de un fado. Mis fuentes abarcan la música de cámara, las canciones tradicionales, el klezmer, la música de Piazzolla o el Louis Armstrong que convirtió una trompeta militar en un instrumento del alma.
-A fin de cuentas, ¿qué diferencia al Madison Square Garden del Musikverein?
-Se podría escribir una tesis sobre este asunto. Duke Ellington le diría que músicas sólo hay dos, la buena y la mala. Yo me quedo con la frase del escenario de Fanny y Alexander de Bergman: “Not solely for pleasure” [No sólo por placer]. Usted podría alegar que existen melodías convencionalmente bellas mucho más profundas que filosofías túrgidas. Y le daría la razón, porque la música, y ésta es mi única convicción, es un misterio. De otra forma no se explica que fueran los nazis los que llenaran las salas de concierto.
Lorca vuelve a España
-¿Y cómo llega Lorca al libreto de su primera ópera?
-Me cautivó el dramatismo de la premonición que el autor tiene de su propia muerte cuando escribe Mariana Pineda. La obra es un canto a la individualidad. Pienso que Lorca fue, mucho antes que un símbolo del comunismo, un poeta solitario.
-Su éxito en EEUU, Argentina y Alemania le ha abierto las puertas del Met. ¿Tiene ya libreto para su próxima ópera?
-Es una historia tan actual que cualquier filtración a la prensa podría acabar con el proyecto.
(Entrevista de Benjamín G. Rosado publicada en El Cultural, del diario El Mundo, español.)
No hay comentarios:
Publicar un comentario