Gabriela García (Santiago de Chile): Pienso que leer a Lezama es como internarse en un bosque tupido, en un acertijo, un laberinto. Se sabe, sin embargo, que detrás del tupido velo está el alumbramiento, la revelación. Y es ésta última vivencia la que te paga el viaje. Me gustaría saber qué imágenes, sensaciones le vienen a usted al leer o pensar en Lezama Lima.
Lo más inmediato es lo bizarro. El placer de lo raro, esa exaltación del lenguaje que dice más de lo que vemos. Garcilaso de la Vega escribe: “Oh dulces prendas por mi mal halladas.” Lezama: “Una oscura pradera me convida.” Son endecasílabos de una plena sonoridad vocálica, sensorial y degustada. Pero el primero tiene como perspectiva la nostalgia reflexiva, que sugiere la memoria del bien perdido; mientras que el otro ocurre en el futuro: todo está por ser gustado, con tentación y misterio; “oscura” y “pradera” crean un claroscuro, propio del barroco, donde la mirada es el misterio del mundo. Lezama, además, es un poeta anagramático: en ese verso leemos “cura,” “era,” “con vida.” El barroco es inmanentista: el modelo cultural de la mezcla, y por eso una forma plena de lo moderno.
Lezama y usted mantuvieron una larga correspondencia. ¿Cuándo surge ésta y hasta cuándo se mantiene? ¿Cómo era la relación que alimentaron por escrito? ¿llegaron a ser amigos? ¿Cuál es el Lezama que develaba su letra, el contenido de esas cartas?
Nuestra amistad es anterior al correo electrónico. Escribí en1968 un largo ensayo sobre Paradiso que le gustó mucho. En una carta a su hermana Eloísa, a quien tuve el gusto de conocer creo que en Puerto Rico, publicada después de su muerte, le dice: “Ortega ya se ocupó del Paradiso.” Pero, en verdad, Paradiso se ocupó de mi. Cuando estuve en Yale (1970-71), donde dicté un curso sobre narrativa cubana, con su sobrino y alumno mío, Manolo Alvarez, hoy crítico de arte en Puerto Rico, tratamos de llevarlo a un coloquio. Y empezamos a escribirnos. Varias veces me animó a visitar Cuba. Y me envió sus libros. Lamentablemente, perdí sus cartas en una mudanza. Una de ellas se publicó en la Revista de la Biblioteca de la Habana, se ve que habia hecho una copia al carbón.
¿Por qué nunca llegaron a conocerse? ¿Pudieron despedirse por carta antes de su muerte? ¿Cuál es el primer libro que lee del cubano?
Me invitaron un par de veces a Cuba pero ir de jurado de concursos literarios me parecía poco estimulante. Yo había sido alumno del padre Gustavo Guitérrez y el turismo revolucionario me parecía hecho a costa de los más pobres. Siempre creí que la Revolución Cubana había exagerado la importancia de los escritores, convirtiéndolos en figuras públicas, ilusamente poseídos por el poder de su palabra, que suele ser una licencia del lenguaje y una indulgencia mediática. La última comunicación fue el 74, cuando le pedí unos poemas para una revista; me envió un par de los últimos. Lo primero suyo que leí fue Paradiso. Luego, la poesia y los ensayos. Angel Rama me pidió una antología de Lezama para la Biblioteca Ayacucho (Caracas) que titulé “El reino de la imagen.” Finalmente, fui a La Habana hace un par de meses para inaugurar el congreso sobre Lezama Lima que organizó el Instituto de Literatura.
Dentro de los dolores de Lezama Lima, está la muerte. Contra ella parece haber escrito y para llenar ese vacío, parece haber tejido una red de imágenes. ¿Cuán determinantes fueron las muertes de su padre y madre en su vida?
La ausencia del padre está en el origen, y la partida de la madre en el fin. Sobre el vacío del uno se abre la obra, y sobre la pérdida de ella se cierra. Lezama habia hecho de su familia la casa del lenguaje. Habia construido la morada donde habitaba. Por eso no requería viajar, vivia ya en un viaje circular perpetuo, el del lenguaje alimentado por la conversación, la escritura, y la celebración de los dones recibidos siempre como prodigio. Fue un escritor como no ha habido otro.
Devorador de libros, asmático como Proust, obeso. ¿De qué manera cree usted que la enfermedad forja la personalidad y la obra del escritor?
El primer día que llegué a La Habana, fui a conocer su casa que acababa de abrir sus puertas convertida en Casa Museo Lezama Lima. Es una casa pequeña y acogedora, detenida en los años 50, de una pobreza discreta, pero llena de retratos y cuadros maravillosos, y de estantes de libros envejecidos por el uso. El asma la habia incorporado como otra respiración, como un ritmo propio del lenguaje y del cuerpo. Lezama trocaba lo cotidiano en imagen, y vivía en la alegoría de una “era imaginaria,” donde el día era la orilla de un tiempo epifánico. No ha habido escritor menos catastrofista. Sólo José María Arguedas ha creído tanto en la creatividad cultural latinoamericana.
Se cumplen 100 años del nacimiento de Lezama y el mundo entero le rinde pleitesía. Sin embargo, algunos reclaman que el autor de Paradiso fue ninguneado mientras estuvo vivo, que además de ser tratado de elitista y hermético por los comisarios de la época, su obra fue censurada, tratada de pornográfica y pagó el precio por ser homosexual y católico en su Cuba natal.
No dudo que haya habido policías que lo malquerían. Y sufrió privaciones en el período de durezas y cerrazones. Pero dudo que Lezama asumiera el papel de víctima. Me parece que el poder político no supo qué hacer con él. Era admirado por Julio Cortázar, Gabriel García Márquez y Cintio Vitier. Y Lezama no ocultaba su crítica de las censuras y persecuciones. Pero es un hecho que sus libros se publicaron en Cuba y después de su muerte ha habido una creciente dedicación a su figura y obra. Yo creo que hay que alentar la transición cubana, para que tenga el menor costo posible en sufrimiento, y no creo que se deba utilizar la muerte de un poeta con fines políticos. La dignidad de su obra es un acto de fe, cuyo sentido no es menos político que poético: nos enseñó a creer en la suficiencia del arte como integridad vital, y en la capacidad permanente de la literatura de rehacer el mundo en el lenguaje. La vehemencia lezamiana, el radicalismo que alienta en el grupo de Orígenes, son una plena versión cubana del mundo.
Algunos argentinos sostienen que Lezama Lima fue el engendro, la semilla de lo que luego se conoció como realismo mágico. Otros sostienen que además es el patriarca, el autor más importante de Cuba. ¿Qué importancia le da usted en la literatura hispanoamericana? ¿Tiene herederos Lezama Lima?
Todos somos herederos de Lezama Lima, aun sin saberlo. Nos recordó que nuestro origen es el barroco, que hemos nacido adultos como cultura latinoamericana. No estamos “en busca de nuestra expresión,” dijo, la tenemos desde el comienzo, plenamente. No somos hijos de la violencia ni del fracaso sino de las sumas regionales y las multiplicaciones atlánticas. Ese optimismo en las formas es una afirmación profunda de la identidad creativa hispánica. Con Haroldo de Campos, con Severo Sarduy, con Julia Castillo he compartido esos acuerdos
Mucho se habla de su obra pero poco de su muerte. Mientras Tomás Eloy Martínez habla de que lo terminó matando el asma, otros hablan de infarto, de operaciones, de su obesidad. ¿Cómo y por qué muere Lezama Lima?
Muere de su propia muerte, como todos los hombres. Ignoro los detalles, pero extraordinariamente su muerte hizo más viva su presencia. Lezama, y todos sus discipulos cubanos, demostraron que se puede vivir dentro del arte como en una naturaleza equivalente, con certidumbre y plenitud. Por eso es que en La Habana de hoy, en medio de la privación, uno cree entender que la austera vida de Lezama fue una forma innata de la vida genuina del artista contemporáneo en cualquier lugar. Hablando en la calle con estas gentes, dialogando con los poetas, con los maestros, uno reconoce la verdad elemental de sus palabras. Saben que tienen una crisis a las puertas y quieren que los tomemos en serio. En cambio, en casi todas nuestras capitales uno siente que el lenguaje es un mutuo engaño porque hemos convertido la vida cotidiana en mercado, y el crimen y la corrupción son el otro lado de esa moneda. Por eso nuestro lenguaje está hecho de prejuicios, estereotipos, machismo, descreimiento y violencia: está hecho en la negación del otro.
Lezama era un amante de la imagen, de la metáfora. Recuerdo por ejemplo, en Antes del anochecer, cuando Lezama le recomienda al joven Arenas que lea la Biblia. ¿Qué concepción tenía de Dios?, ¿cuál habrá sido su pasaje favorito?
Lezama era católico pero también neoplatónico. Y trató de encontrar no una síntesis sino una fluidez entre su sensorialidad y su espiritualidad. El arte fue el instrumento de hacer dialogar esos extremos. Reinaldo era un muchacho del campo, quizá le recomendó la Biblia para que reconozca sus orígenes. Sospecho que su Dios no era el de las Tablas de la Ley. No dudo que seguía la lección más cristiana: la de no añadir aflicción al afligido. Tal vez su libro favorito fue la Apócrifa y las Epístolas. “Creo porque es imposible,” solía decir, citando a Tertuliano. Y siempre he pensado que tenía el arrebato paulista que Cervantes insufló en su Quijote.
Poeta, narrador, ensayista, novelista y fundador de Orígenes y otras revistas literarias. ¿Cómo fueron las reuniones de pauta de Orígenes, el ambiente de esa época y cuál es la herencia que dejan estas publicaciones?
Sin las revistas literarias de los años 40 no habría habido nueva novela latinoamericana. “Orígenes” fue una fuente de inspiración, rigor y libertad. Pero también fue un taller de diálogo, una feria del libro, una escuela de justicia poética. Allí escribieron los maravillosos Cintio Vitier y Fina García Marruz, a quienes conocí en 1985, cuando los encontré en un coloquio sobre Lezama en Poitiers. Debemos siempre recordar la gran lección lezamiana: sólo lo dificil es estimulante. O sea, la poesía es superior a nuestras fuerzas. Y su demanda da la medida de nuestro lugar en el mundo.
“Lo que me ha interesado siempre es penetrar el mundo oscuro que me rodea”. ¿A qué se refería?
Al misterio de todo lo existente, que a pesar de la religiosidad y la fe, sigue siendo en buena medida ilegible. La poesia busca iluminar lo oscuro, y es un don que nos hace dar lo que no tenemos. La oscuridad y la luz dialogan, al final, cediéndose la palabra. En la obra de mis amigos, los poetas cubanos Reina María Rodríguez, Victor Fowler y Antonio José Ponte yo creo reconocer esa sutileza lezamiana de vivir plenamente en la luz gracias a la oscuridad.
(Entrevista con Julio Ortega tomada del blog 'el boomeran(g) del diario El País, a propósito del centenario del nacimiento del autor de Oppiano Licario)
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