Mientras yo pensaba que aquella cuesta era el final de un viaje que me había llevado años, un carro tirado por un caballo y cargado de bidones rebosantes de agua se metió por ella antes que yo. Debía de transportar agua a alguna obra allá arriba. Según el carro subía la cuesta sacudiéndose me pregunté por qué aquellos bidones me pregunté por qué aquellos bidones que derramaban el agua eran de zinc, ¿todavía no había llegado el plástico a ese mundo? Mi mirada se cruzó, no con la del carretero, que iba a lo suyo, sino con la del caballo, y sentí vergüenza de mí mismo. Tenía las crines empapadas de sudor, estaba furioso y desesperado, le costaba tanto tirar de la carga que se podría decir que no hacía más que sufrir. Por un momento me vi reflejado en sus tristes, amargados y enormes ojos y comprendí que el caballo se encontraba en ua situación mucho peor que la mía.
(tomado de la novela de Orhan Pamuk, tar. Rafael Carpintero, 4a. ed. Santillana, 2007.)
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