Una jovencita sentada en el umbral del día aprende a tocar la mandolina.
Pero la luz se enreda en sus pequeños dedos y florecitas lilas
gotean de su rota melodía.
El campo ríe y agita su verde barba.
El sol, borrachito, con la nariz roja, se bambolea entre los árboles y
persigue a los amodorrados becerros.
Y nosotros, detrás del cañaveral, gritamos al sol:
"Tío, tío borrachín, cuídate que puedes tropezar y tu nariz se romperá
y llenarás el campo de amapolas."
Imitaron nuestras voces las cigarras, imitaron las aves nuestras voces
y despertaron a Dios de su sueño de mediodía.
Y Dios se frota los ojos, nos mira y ríe.
(texto tomado de Sueño de un mediodía de verano,
ed. Fondo de Cultura Económica, col. Cuadernos de
la Gaceta, México, 1986.)
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