En 1978 se publicó en Madrid, por Ediciones Cultura Hispánica, del Centro Iberoamericano de Cooperación, un libro singular y precioso que se titula Cartas a Laura. El autor de esas cartas fue un poeta a mi juicio sobrevalorado, pero de quien acepto que se lo considere grande porque evidentemente su influencia sí lo ha sido. Estoy hablando de un chileno llamado Neftalí Ricardo Reyes Basoalto, bastante más famoso por su seudónimo: Pablo Neruda.
Pues bien: ese libro, Cartas a Laura, me hizo cierta vez reflexionar sobre el hecho de que determinadas conductas humanas, a primera vista, suelen calificarse como estúpidas y hasta propias de analfabetos e ignorantes, cuando en realidad son todo lo contrario y demuestran una profunda dignidad personal y un impresionante respeto al prójimo.
Les cuento : Yo tenía en la Radio Deutsche Welle un compañero de trabajo, chileno, más viejo que yo, y que también cumplía años el 10 de junio, como yo. No era nuestra relación algo que pudiera considerarse amistad, pero sí un buen trato personal, que además nos llevaba a hacernos regalos en nuestro común aniversario. En 1979 tenía él un cumpleaños de los que llamamos redondos, los terminados en cero, debió ser cuando alcanzó la cumbre de los cincuenta años al mismo tiempo que yo terminaba de subir la cuesta de los treinta. De modo y manera que aquella vez los regalos debían ser especiales. Algo distinto a lo habitual.
No me pregunten cómo, pero conseguí para él un ejemplar de Cartas a Laura, que era y es un libro prácticamente inasequible porque se trata de una edición creo que no venal, y que el Centro Iberoamericano de Cooperación reservaba para compromisos de verdadera importancia. Para los VIPs… y conste que yo no soy para nada un VIP, o bien sí, pero sólo en el sentido de ser a Very Impertinent Person, y si ya disponía de un ejemplar de mi propiedad es porque me lo había regalado alguien que sabía de mi amor por la literatura epistolar.
Y volviendo al cuento :
Cartas a Laura era un libro ya de por sí magnífico porque en él se publicaban por primera vez los textos de 28 cartas y 17 tarjetas postales que Neruda envió a su hermana Laura, en Chile, desde los distintos consulados donde se desempeñó en Asia: Rangún, Colombo, Batavia (hoy Yakarta), además de Shanghai, Buenos Aires, París e incluso desde alta mar, a bordo del vapor holandés Pieter Corneliszoon Hooft, en el que regresaba a Chile con su primera esposa, la neerlandesa Maruca.
Pero la excepcionalidad de la publicación consistía en que además del texto de las cartas y postales, al final del libro, en una cartera especialmente diseñada para ello, se incluían los facsímiles de 23 de esos documentos, fiel y primorosamente reproducidos en todos sus detalles, incluso el tipo de papel. Un auténtico lujo, una joya como objeto era y es este libro. Y como tal se lo regalé a mi compañero de trabajo chileno, Alfredo, en el día de su quincuagésimo cumpleaños, el 10 de junio de 1979. Por supuesto que lo estuvo hojeando y me lo agradeció muchísimo: era y es un nerudiano fervoroso.
Así es que ya pueden entender ustedes muy bien la morrocotuda sorpresa que me llevé al día siguiente, al verlo aparecer de nuevo en mi despacho, con un fajo de papeles en la mano y una sonrisa socarrona, diciendo al mismo tiempo que me extendía aquél fajo de papeles con intención de devolvérmelo:
“Hay que ver lo despistado que eres, Ricardo; en ese libro que me regalaste ayer, seguramente traspapeladas, tenías un montón de cartas personales tuyas”. Eso me dijo mientras me quería devolver los facsímiles de las cartas de su amado Neruda.
Todos, todos los amigos a quienes he contado esta anécdota, todos, han reaccionado diciendo algo así como que mi compañero era un idiota además de un analfabeto. Yo, por el contrario, sostengo que es una de las pocas personas que conozco de la que sé decir, con toda seguridad, que respeta uno de los secretos que debieran ser más inviolables: el secreto postal. ¿O es que ustedes creen que si él hubiese leído, aunque sólo fuese uno de los facsímiles, me los hubiera devuelto?
Y aquí regresamos a lo que dije antes de que ese libro, Cartas a Laura, me hizo reflexionar en que determinadas conductas humanas, que a primera vista suelen calificarse como estúpidas y hasta propias de analfabetos e ignorantes, en realidad son todo lo contrario y demuestran una profunda dignidad personal y un impresionante respeto al prójimo. Gracias, Alfredo, por esa lección.
(nota tomada del blog de Ricardo Bada 'corazón de pantaleón', diario El espectador, Colombia.)
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