P. seguía inmovilizado en la vacuum bed de Master X desde hacía dos horas. El esclavo español tuvo el permiso de Master J para abusar de él, con la advertencia de que P. estaba bajo control: si lo hacía acabar sin que Master X lo ordenara, iba a recibir el peor castigo. Después de colocarle un forro, el esclavo español se ensartó en la pija de P. y ahí se puso a hacer sentadillas. Muy cerca de ellos estaba Master X, que había encendido otro cigarro y disfrutaba de tan buena acción en su dungeon con las botas apoyadas sobre T, que le servía de felpudo. T estaba distraído, pensaba en aquella gran oportunidad que era recibir el entrenamiento de Master X. No le importaba no poder ir a la playa ni al carnaval de Río, siempre pensó que la alegría brasileña no existía, prefería la seriedad imperturbable y al mismo tiempo cálida y protectora Master X, por quien empezaba a sentirse fascinado. Le gustaría llegar a la vejez como él, que había logrado dar a su deseo la forma necesaria para hacerlo realidad: aquel sótano en esa casa enorme, con esclavos 24/24 siempre disponibles para lo que quisiera, tareas domésticas, sexo, sumisión... Ojalá pudiera llegar como él a su edad. Una vez leyó, no se acuerda dónde, que el HIV, con el paso de los años, podía desencadenar la locura. ¡Qué boludez!, pensaba T, si la locura es moneda corriente desde que el mundo es mundo. ¿Era una locura estar ahí, en el corazón de Río, sin siquiera asomarse a mirar la playa? Aquella experiencia lo valía. Habían pactado que tanto él como P se pondrían bajo las órdenes de Master X durante el tiempo que estuvieran ahí, que obedecerían en todo sin protestar y sin límites, y cuando el pacto es sin límites, el Master puede hacer absolutamente todo lo que quiera con su esclavo. Todavía les quedaba una semana de estadía, ¿qué más les esperaba? Master X lo vio distraído y le llamó la atención. “¡Continua lambendo, meu cachorro!” T abrazó una de las botas y se puso a lamer como bien lo había aprendido de su iniciador, Master C: “Cuando me lamés las botas tengo que sentir bien tu lengua contra el pie a través del cuero”. “Muito bom, escravo, vejo que você esta beim treinado”, le dijo Master X, lo premió con una caricia en la cabeza y siguió haciéndose la paja. Desde aquella distancia podían percibirse los latidos de la pija de P, llena de leche empujando por salir. De reojo, T miraba a su vez la enorme verga negra de Master X ¿Por qué no encontraba un macho así en Buenos Aires? ¡Si pudiera quedarse ahí y ser su perro para siempre, en vez de estar con el boludo de P!... O tal vez podían quedarse ahí los dos...
Los gemidos de P sonaban cada vez más desesperados. Master X le ordenó a T que se levantara del suelo, era hora de hacer soltar la leche a P. Todos se acercaron a la camilla. Master J le hizo inhalar más poppers, T le apretaba las tetillas a través del látex y Master X lo masturbaba con los guantes de cuero. El esclavo español recibió todos los chorros de esperma en la cara “¡Joder!, ¡qué corrida, tío!”
(Pablo Pérez, autor de este relato, es colaborador frecuente del suplemento 'Soy', del diario argentino Página 12, de donde se reprodujo este relato de final insospechado para heterosexuales.)
No hay comentarios:
Publicar un comentario