Quiero hablar hoy de esas otras mujeres que nacieron varones. Mujeres que decidieron un día presentarse ante los demás dejando a un lado el miedo al rechazo. Y es difícil hablar de un tema en el que existe tan poco consenso. Cuando lo conoces de cerca, y afortunadamente es mi caso por la variedad de amigas transexuales que comparten mi vida, sabes que es imposible llegar a conclusiones satisfactorias para todas.
Está la que decide iniciar un proceso de reasignación de sexo (tratamiento hormonal, depilación, cirugía facial, prótesis mamarias), pero sin llegar a la reconstrucción genital. Para otras lo principal es librarse precisamente de un miembro que les resulta extraño. Entre ellas debaten si la que se opera es la “auténtica” mujer, a la que no se debe seguir llamando transexual, o si ese estado intermedio es otra opción posible y deseable, un verdadero transgénero. Si las críticas surgen desde dentro, no hay que olvidar los ataques que llegan desde el exterior. La transfobia va unida a la homofobia y al machismo, y encima hay teorías feministas que también se ceban con ellas argumentando que quieren perpetuar los roles tradicionales de género.
En cualquier caso, todas saben que para iniciar el proceso tienen que enfrentarse a médicos y psiquiatras y conseguir un informe positivo. Independientemente de la opción que elijan, el camino es durísmo y largo. Finalmente toca mostrarse ante los demás cada día. Sin duda, como en el caso de todas las mujeres, la belleza física allana el camino. Facilita convertirse en modelo, cantante, vedette y demás profesiones asociadas (sí, también la prostitución).
Parece que no hay transexuales fuera de esas actividades. Conviene recordar que por muy agraciada que sea la apariencia exterior es muy difícil enfrentarse a una entrevista de trabajo con un DNI de nombre masculino. En España ese obstáculo se ha allanado desde que existe la ley que permite cambiar el nombre en los documentos oficiales, incluso sin haber llegado a la cirugía de reasignación de sexo.
No todas las mujeres somos guapas, o tenemos talento para cantar o interpretar un papel como actrices. Tenemos todas las capacidades posibles, y cada una desarrolla la que quiere o puede. Ya va siendo hora de que nos demos cuenta que ser una Dana Internacional no es la única opción que les queda a esas otras mujeres. Amanda Simpson (Consejera del Departamento de Comercio en la Casa Blanca), Lynn Conway (especialista en ingeniería microprocesadores) o Georgina Beyer (diputada del Parlamento en Nueva Zelanda), son unos pocos ejemplos de que es posible salir adelante en una sociedad nada predispuesta a facilitarte el camino.
(nota reproducida del blog 'ellas', del diario español El Mundo. Se recomienda revisar las opiniones de los lectores, varias redactadas con inteligencia y sensibilidad.)
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