domingo, 17 de mayo de 2020

Uriel Martínez (1950 )


                                                                        wikctionario




Fase 3 (parte 5)


I. Hace cuántos veranos dejé de escuchar el llanto del afilador de tijeras y cuchillos que pasaba por las calles y ventanas de mi infancia; hace cuántos días de lluvia que cesó su fado secreto en mis oídos, en mi resuello de cuerdas, pelotas y sonajas.

Escucharlo a él y su silbato era adormecerme con los dedos maternales pasando y repasando en el pelo las imágenes previas y posteriores al sueño; era dejarme ir poco a poco bajo las gotas de lluvia en techos y tejados, en cristales opacos.

Era un consuelo regresar del sueño y encontrarme solo en una pieza sola; era un consuelo escuchar al afilador de cuchillos y tijeras antes de dar vuelta en la esquina ofreciendo su caramillo como quien llama al sueño, a la lluvia un día de un mayo cualquiera.

II.
Salgo a la calle con cubrebocas que me alcanza hasta la nariz, voy en busca de gel antibacterial y flores para los muertos que vengan en camino -de esos muertos que se van de pronto y sin avisar-, de esos que parten sin despedirse como quienes se van hartos de la vida vivida, de las restricciones impuestas social y culturalmente. Quizá se fueron hartos de todo y de nada. Antes de llegar al Mercado de Flores veo el expendio de brandy, tequila y mezcal abierto. "Abrimos de once a 14 horas por un horario impuesto", me dice el comerciante, quien disminuyó las horas de atención al público pese a que el "Alcoholismo no es un Vicio, es una Enfermedad", dicen sicólogos y médicos. Entonces un comercio como este atiende a enfermos, igual que farmacia, botica u hospital. La prueba llega en seguida: un cliente de edad avanzada -cerca de setenta años, estimo-, pide una botella de alcohol de 96 grados. Le extienden un envase de plástico de 250 mililitros. Paga y sale. Compro una cajetilla de cigarros LyM y me despido.
   
Llego a la Plazuela del Vivac. Observo pequeños negocios que ya han abierto, no sé si en horario restringido como la vinatería de Mario, de donde vengo. Tomo asiento en la jardinera más cercana. Enciendo un tabaco. Cerca de mí, aparece el señor con el que coincidí en la vinatería. Veo que saca el "cuartito" de alcohol de 96 grados "desnaturalizado". Lo destapa. Se baja el cubrebocas hasta la barbilla antes de inhalar el gollete de plástico por la fosa nasal izquierda. Enrosca de nuevo la botella y la guarda antes de acomodarse de nuevo el aditamento azul de moda por la contingencia desatada por el Covid19. Se levanta y prosigue su camino.

Cuando vi que inhalaba el alcohol recordé otra escena presenciada tiempo atrás. Era un domingo. El Prieto me invitó a acompañarlo a beber una cerveza a uno de las pocas fondas abiertas a esas horas de la noche. Detuvo el coche cuando llegamos. Descendimos. Se acercó a él un chico quizá estragado por el consumo de solventes industriales. Quería dinero y le extendió la mano a mi amigo El Prieto, esperando con la esperanza propia de los desvalidos. En lugar de las monedas, mi amigo el policía abrió el tapón de gasolina del coche y le ofreció al otro: "Llégale a tu vicio". Como animal a punto de la deshidratación el chico se hincó e inhaló e inhaló.

Pero el cliente de este día -con quien coincidí en el negocio de Mario-. pienso, huele el alcohol "desnaturalizado" con la intención, acaso, de exterminar los virus que han invadido a Dogville y ya se han cobrado más de cien vidas en menos de dos meses de cuarentena. Puede ser, reflexiono camino al Mercado de Flores, donde encuentro también gel antibacterial para una untada.

III.
Un mes antes del "toque de queda" impuesto social y culturalmente -marzo 2020-, mientras limpiaba la mesa donde desayuna un hermano de mi padre (rip), tengo una revelación: le brindo a mi consanguíneo las atenciones que no tuve ocasión de ofrecerle a papá -mi padre falleció siendo yo niño-; esta acción tan cotidiana explica mis visitas frecuentes -vivo en otra ciudad- para verlo y atenderlo así sea sólo un fin de semana y pernoctar en su casa. Esta variante de epifanía me ayuda a explicarme el amor con que el anfitrión recibe al huésped en casa.

IV.
Estoy en casa. Tomo de la hielera dos naranjas y una manzana. Cuando las coloco en la tarraja para lavarlas antes de partirlas -me percato-, lo hago con la intensidad y el cuidado que se aplica al asear las extremidades delicadas de una criatura de meses de nacida: con el cuidado que se aplica a un objeto de cristal frágil, quebradizo; consciente de los riesgos posibles. Luego las divido con cuchillo en cuatro partes; les retiro las semillas; exprimo las naranjas y echo el jugo y los trozos de manzana a la licuadora; agrego avena y muelo. Mientras anoto este apunte, me percato: la cuarentena del Covid19 tiene una faceta desconocida.


(Inédito)

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