domingo, 26 de julio de 2020

Uriel Martínez (1950 )

           
                                                                      foto: 24 horas



Fase 3 (parte 15)


Me pregunto, en este mediodía soleado,
si habrá para mí, llegado el momento, la boca abierta,
sedienta de mí, una fosa pospandemia;

me indago, después de beberme un vaso
de agua de limón y sal, si llegado aquél
trance, habrá para mí un cajón, una lápida
o nada. Sólo una cajita de madera;

me cuestiono, mientras el tren anuncia su paso
por mi barrio -con el pitido que hace huir
a roedores y alimañas-, si alguien avisará
a mis viudas qué color es el del luto.

Me respondo, sin interlocutor posible,
que si sobreviví al siglo pasado y sus
pandemias, enfermedades, hambrunas
y pestes; incluso a tus desplantes,
cómo carajos no veré germinar
la avena, el maíz y el jardín sembrado
el pasado invierno.



Vivo en esta ciudad, en este país despoblado,
avergonzado por sus propios fantasmas,
confinado a cuatro paredes hurañas.

Vivo en cuartos vacíos.
En habitaciones que a ratos se encogen
expulsando todo aquello
que hasta ayer me acompañaba.

                                            arturo gutiérrez plaza

El foco

1.

Aunque todavía no anochece me levanto a encender la lámpara del estudio-biblioteca-comedor-cocina-prisión. No debo ahorrar kilovatios si ya tengo el tacto de los ciegos. Al oprimir el botón para que la luz artificial se haga, la bombilla lanza el último suspiro: se apaga; ya dio de sí lo que tenía que darme. Y de nada vale salir al balcón a pedir auxilio: en la alacena encuentro la última bombilla que no es del tamaño requerido: su redondez es inferior a las tenazas de la capucha que corona la lámpara. Al regresar al lugar de trabajo en casa me percato que ahora la iluminación es de quinqué de una ranchería rural y distante del paisaje urbano, del aparador, de la vitrina de repostería. Me pregunto: ¿esta iluminación influirá en mi estados de ánimo? Si así sucede, esperaré a que caiga en mi imaginario una trama rural; una historia en que el protagonista se llame Tío Vania, que guarda una pistola en el baúl debajo de la cama; aunque bien pensado, podría urdirse un conflicto en que el hijo carga al padre sobre los hombros, la travesía es incierta pues el padre enfermo -con todos los síntomas de una enfermedad inexorable, producto de un virus desconocido-, desde la altura superior al hijo que lo carga, no vislumbra en la distancia ninguna luz que indique la cercanía o lejanía del pueblo en donde puedan hallar un médico que lo atienda. Tampoco se aprecia ningún mugido de algún establo donde reposar, ni el relincho de algún caballo con una fuerza superior a los dos extraviados en tránsito, ni un inicio de diálogo entre dos perros que avisen de la llegada de forasteros. Ni siquiera un quiquiriquí de gallo que anuncie la pronta aparición de la madrugada. Ya ni los pasos agotados del hijo que traslada al padre se escuchan, amortiguados por la luz de la luna nueva.

2.

Aquí muere el día fuera de horario. Y aunque las funerarias lucen vacías y los deudos concurren numerosos, pocos acompaña al cuerpo sin vida al cementerio. Hay un aliento sombrío que permanece en el entorno, hay la ausencia de vida en el rostro de los menores que viajan con su familia en auto pero con los cristales cerrados. El viajero en su encierro polariza la visión del extraño que pretende, así sea inconscientemente, escrutar más allá del reflejo solar en ventanillas y espejos retrovisores. Los sujetos están más ajenos de lo que aparenta la ciudad y la silueta sombría del que va o regresa. La ciudad se mueve, camina con desaliento como un organismo cargado de presagios, aunque hay movimiento no hay vida. Algo perdió la ciudad, algo perdimos todos. Quizá un día haya una definición de aquella parte amputada, de aquellos labios que ya no están, de aquellos dedos un día cuajados de promesas.


Pandemia

cuando pase la Pandemia
me habrás olvidado;

cuando acabe esta pesadilla
hasta tu nombre se me habrá borrado;

cuando me avisen que ya puedo
embarcarme en la vida; no sé

ni sabré a dónde dirigir
mis pasos cansinos;

mis manos ciegas,
la ropa y las hilachas de siempre;

cuando pase la Pandemia
habré sanado de ti y de mí.



Dogville, julio 2020





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