lunes, 10 de febrero de 2020

Juan Tovar (1941/2020 )


                                                           ilustración j. mortiz




Epílogo: Ismael


II

Madrigada sucia. Mujeres en las ventanas
y congregados enfrente aguardan la voz de la diosa,
pero esos labios duros hace mucho que no se abren
y también su canto propio han olvidado.
Erecto junto a la puerta vi a mi príncipe salvaje
y su piel brillaba como la plata.

No me reconoció. Hablamos en falso
y cuando dije el vocablo de barbarie que lo llama
disolvió su sangre, se escondió en mi sueño
y fue toda forma que jamás me recordó la suya
en los años que tuvimos de no vernos
pero ninguna más cierta, y al fin
tornó pesaroso, lepra su blancura:
no sé de qué me conozcas, soy lo que ves aquí.

Y en el mesón donde comimos caldo de almeja
hallé arponeros de pulso tembloroso;
las lámparas soltaban humo negro,
no la fragancia de aceite de esperma.

Qué cantáis en lo alto de los mástiles,
qué recuento de aventuras desentume en vuestra boca el
    aguardiente.
¿Es vuestra única vida saquear el amor del fuego?
Decid, marinos, ¿conocéis el mar?

Los perros lamieron la sangre y se echaron junto al surco
y ahora, hermano, nos ven transcurrir:
mírame, me conoces, somos los ahogados en la línea
    ecuatrorial,
los que hacia el vórtice descendimos
siguiendo a nuestro señor -
menguó la luz cintilante
y todo se fue quedando quieto
y mucho tiempo después tocamos fondo.
Y no moriríamos.



("el lugar del corazón", editorial joaquín mortiz, méxico, 1974)

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