martes, 23 de febrero de 2016

Osvaldo Bossi (1963 )

Camellos


Aquella noche, al dormirme
soñé que era un extraño camello
dejando sus huellas claras y pesadas
sobre un hermoso desierto que no se sabe
adónde empieza ni dónde termina,
el pecho en alto bajo el cielo estrellado
o el sol que orla, como un anillo de oro implacable,
la cabeza de esos niños que se alejan
(demasiado temprano o demasiado tarde)
bajo una nube de pensamientos:

yo y mi cantimplora interior,
los grandes ojos acostumbrados a lidiar
con toda suerte de espejismos, contento
(como ahora, por ejemplo) de ver otra vez
a ese muchacho tan querido por mí
avanzando a través de las dunas
con su pañuelo en el cuello y su gorra
de legionario: aliviado (¡como si no lo conociera!)
por el solo hecho de volver a tenerme.

Yo y mi joroba casi perfecta,
y mis pestañas largas y aterciopeladas
apartando (grano por grano, con una paciencia
infinita) enormes o pequeños saharas
que parecen de arena y son, en realidad
pura sombra… Pero qué importa,
qué puede importar todo eso, ahora.

La luna -como siempre- estaba ahí,
y yo por supuesto también estaba
ahí, adelante, deteniéndome cada tanto
al lado de un fueguito fatuo, capaz
de atemperar la noche más larga y más fría
del universo, para luego pensar, simplemente,
como deben pensar todos los camellos
a cierta hora: Dios mío, todo esto es mejor
que atravesar el ojo de una aguja.


("hasta donde llega la voz")

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