domingo, 15 de febrero de 2015

Uriel Martínez (1950 )


LA OFRENDA


I. Me pareció tan extraño: este mediodía estuve en la ceremonia luctuosa para despedir a un conocido que falleció la víspera de un infarto cardíaco. Yo había ido no por mi propensión a esta clase de rituales, sino por expresarle mi pésame a su mujer. Pero no llegaba, incluso anunciaron que el currículum del profesor y las palabras de despedida se posponían un momento, mientras un quinteto interpretaba piezas en el tono que todos esperan del hecho. Los minutos corrían y una sensación opresiva abultaba el plexo solar. Vi de pronto al chico que atiende en el café al que iba el fallecido a mediodía y al que acostumbro asistir con cierta frecuencia. Colocó sobre una mesita instalada ex profeso una taza con un express doble y una tajada de pastel. Por lo menos en Dogville, aún pervive la creencia de que el alma del que nos dejó llegue a la ceremonia y deguste la ofrenda.

II.
Ya me iba a la entrada del patio donde homenajeaban al también fotógrafo, con el propósito de fumar tabaco, pero me paralizó ver que llegaba una chica que, no sé por qué, identifiqué con una modelo que posó para el finado reciente. Aunque en la serie expuesta en un recinto universitario la chica ocultaba el rostro, me llamó en aquel entonces la belleza del pelo color miel, o lo imaginé puesto que era una serie en blanco y negro, que resaltaba las atmósferas de intimidad que el señor le había impreso a la colección, creo, llamada "Mis noches con Thérèse". La modelo de entonces, que ahora aparecía en un ceremonial rígido y de crespones, apareció desnuda. Exacto, era la misma que posó para la muestra exhibida pocos días -un fin de semana-, en el vestíbulo del teatro universitario. La reconocí por el tatuaje que portaba debajo del seno izquierdo -más chico que el pecho gemelo-, una especie de signo heráldico escandinavo. Cuando pasó a mi lado me cubrió brevemente un aroma a mariguana que esparcía la cauda de la cabellera suelta.

III.
Desnuda como llegó, se acercó al féretro del recién fallecido y, como si ella respondiera al guión de un ballet mudo, abrazó el cajón metálico como para expresar el dolor de una pérdida. El quinteto de cuerdas siguió con la ejecución de su repertorio, ajeno a la aparición de la mujer. El puñado de asistentes se mantuvo en las sillas de tijera colocadas temprano, hileras que mostraban blancos para aquellos impuntuales que nunca faltan. Cuando la mujer hubo terminado la coreografía alguien se acercó y la cubrió con un manto negro para luego acompañarla escaleras arriba, sección de oficinas y estudios de grabación de la universidad.

IV:
Salí del lugar a fumarme un cigarro. Era ya la una del mediodía. Mi amiga, a quien pretendía darle el pésame y unas palabras de aliento, no apareció.

12 comentarios:

  1. Lamento la partida del amigo, y que no hayas podido dar el pésame a la esposa, pero qué buenas escenas presenciaste. Realmente cinematográfico.

    Abrazo Uriel

    ResponderEliminar
  2. Anónimo dijo:

    Excelente. El "primer capítulo" ya lo había leído. Lo colocaste en tu perfil y me pareció algo maravilloso pero incompleto. "La ofrenda" es el boceto de una tragicomedia griega, si es que tal cosa existió.

    ResponderEliminar
  3. Anónima dijO:

    Quedan tantas preguntas después de habernos despeinado el alma, querido amigo. Da pena no haber estado presentes donde no estuvimos, si es que los idos presenciaron su propia clausura, i.e., los maestros, Héctor.

    ResponderEliminar
  4. Una despedida digna de ese amigo.

    ResponderEliminar
  5. Una despedida digna de ese amigo.

    ResponderEliminar
  6. Gracias Uriel por este relato. Saludos!

    ResponderEliminar
  7. El mundo de los poetas y de los narradores está lleno de percepciones y sensaciones que se traducen en maravillas textuales. Muy bueno, Uriel.

    ResponderEliminar
  8. César Iván, expresó:

    Me parece una narración encantadora, si así llegara la muerte con gracia seria

    ResponderEliminar
  9. Izrael, piensa:

    Gracias, Uriel. El ojo del narrador siempre va más allá del dolor de los amigos. Un abrazo.

    ResponderEliminar
  10. Mansur Al-ba Osante, me dice: que fue a las islas de CU pero no trajo nada.

    pero en cambio recordé a tu Therese, o a la de tu amigo, y el ligero olor a marihuana que escapaba de su cabellera suelta.

    ResponderEliminar
  11. Humberto, vehemente, dijo:

    La sensibilidad del poeta desnuda con las palabras justas el cuerpo y el alma de sus personajes,pero también de quien tiene la fortuna de leerlos. Ya conocí a Therese. Ahora preséntala.

    ResponderEliminar
  12. Francisco escribió:

    Ahora recuerdo los años en que éramos pasajeros del auto compacto que conducía Jorge Salmón Ríos y ejercíamos de antropólogos por los bares y fondas que intentaban imitar restaurants en Guadachupe. Recuerdo que era un auto marca Club 45, Urdiñola o Ron Huasteco Potosí. Lo cierto es que desde aquellos años nunca nos abandonamos. Después se integró Miguel Carlos Rueda y se cocinaron otras hazañas.

    ResponderEliminar