jueves, 11 de julio de 2013

Élmer Mendoza y el oficio de escribir

Elmer Mendoza ha sido señalado por la crítica y por muchos de sus colegas como el padre de la Narcoliteratura. Desde Un detective solitario (1999), su primera novela, hasta la saga del Zurdo Mendieta, sus ficciones han vuelto una y otra vez al imaginario del narcotráfico, siempre impregnado de violencia (y amor), corrupción (y lealtad), cinismo (y honestidad). Se trata de un universo ambiguo, lleno de claroscuros, que se torna mucho más dramático cuando se mide con los varios miles de muertos reales que va cobrándose la “guerra” emprendida por el estado mexicano contra los cárteles de la droga.
En ese barro camina Mendoza. Sin embargo, no es ésa la mayor virtud de sus novelas. En ellas, el habla adquiere una materialidad contundente, impone una respiración, afecta al lector. Mucho más que una nutrida balacera. Los enigmas de la trama, la velocísima prosa, o el melancólico escepticismo del Zurdo Mendieta, por nombrar sólo algunas de sus fortalezas, se subordinan a la intensidad de un habla plagada de matices, ironías, contrapuntos. Una poética urbana. Un habla comprometida, y comprometedora.
Tras su paso fugaz por el Festival Azabache de Mar del Plata, y cuando Tusquets acaba de publicar Nombre de perro , tercera entrega de la saga de Mendieta, Mendoza aceptó responder por mail algunas preguntas.
“¿Será tarea del escritor traer más miedo a este mundo?”, se pregunta Rubem Fonseca en uno de los epígrafes de “La prueba del ácido” (la segunda novela de la saga Mendieta). ¿Cuál es su propia respuesta a esa pregunta? ¿Qué lugar ocupa el miedo en su escritura?
No es tarea; sin embargo no lo puede evitar. Un buen escritor genera emociones y sentimientos y por ahí aparece el miedo. Pensé en Fonseca, me pareció muy claro y lo dejó abierto: hay asuntos que no caben en respuestas definitivas. Creo que no incito al miedo; más bien hay una carga de temeridad; quizá trabajo para que mis libros tengan usa postura temeraria y que se contagie. Tampoco estoy tan seguro.
Generalmente lo consideran el máximo referente de la Narcoliteratura. ¿Qué valor atribuye a esa categoría?
En la medida que es una categoría que contiene un realismo inconveniente, que señala, no el folklor, sino las peligrosas debilidades de la sociedad contemporánea corrupta, tiene valor. Desde luego que las más de las veces el término se usa para descalificar; no obstante, posiblemente los lectores y algunos críticos, nos han llevado a un sitio elevado, y el carácter social de esta literatura gana terreno. Funciona como plataforma y si se lo permites se convierte en una limitante, porque los temas están vivos y todos los días muestran facetas, y este tema es demasiado activo.
“Ya no hay más que decir, el mundo ya no es digno de la palabra”, escribió Javier Sicilia tras el asesinato de su hijo por el narcotráfico en 2011. Su verso recuerda a la célebre consideración de Theodor Adorno sobre la imposibilidad de escribir poesía después de Auschwitz. ¿Cómo se posiciona la literatura frente a la violencia? ¿Cómo afecta esa tensión a su propio trabajo?
La literatura está más allá de la gente que la sufre o disfruta, y no pocas veces hay frases lindas; pero es un producto humano, y mientras haya alguien… Ahora hemos acomodado algunos factores y hablamos de una estética de la violencia; hemos conseguido escribir historias de temática dolorosa y provocar algunas emociones que contradicen las declaraciones de los príncipes del poder; usamos el lenguaje de la calle, el español estándar, algunos tecnicismos; adaptamos el ritmo narrativo a algún habla en particular, yo la del norte de México, y dimos la sorpresa. Lo agradable es que pronto fue más que narcoliteratura. No permito que la tensión de la violencia afecte mi trabajo: jamás podría concluir una novela. Como individuo me cuido y sigo los códigos para estar seguro; pero en mi obra son otras leyes las que valen.
En su paso reciente por el Festival Azabache habló sobre la “estética narco” ¿Cómo la caracterizaría, y de qué manera se nutre de ella su producción?
Hay mitos y leyendas nuevas. Algunas demasiado sangrientas. Hay expresiones con que se nombran. Nombrarlas provoca sentimientos encontrados. Hay una manera de nombrar la maldad que es prohibida. La estética de la violencia aporta las opciones: palabras, historias, nombres, que semánticamente generan ciertos sentimientos, generalmente ambiguos, que acercan o alejan al lector de la realidad de la que forma parte. Si un autor consigue el equilibrio entre lo que se conoce y lo que se propone como novedoso: está en el camino.
¿Diría que la suya es una escritura pesimista?
No sé. Espero que en primer lugar provoque un interés inconsciente que nazca de la emoción de leer, de seguir personajes que se parecen a alguien, que viven situaciones más o menos familiares. Si después hay reflexiones me gustaría que fueran optimistas, pero si son pesimistas significa que traigo la brújula alterada.
“Nombre de perro” parece la más sentimental de las historias de Mendieta; ¿habrá –pese a todo– lugar para el amor?
Es justo lo que me pregunto. Ya ves que conviene resolver algunos aspectos antes de teclear. Aunque el club de fan del Zurdo exige que tenga relaciones un poco más largas, perdería un instrumento narrativo de poderoso atractivo en la personalidad de mi detective. De momento, no sé qué tanto pueda soportar una intrusión tan obstinada.
Es notable la atención puesta sobre el estilo, y sobre registros regionales y sociales muy particulares, en sus novelas. ¿Cómo orienta su producción en ese nivel de escritura?
Corrijo mucho. Cada párrafo debe sonar y estar quieto de tal manera que pueda leerse. Quiero que mi lector experimente otras sensaciones, desde el rechazo irritado a la sonrisa complaciente. Cada párrafo es parte de una trama. Creo que los registros regionales expresados con precisión dan personalidad a un autor, y a veces es tan especial que se vuelve único: eso quiero. Quiero que la novela de aventuras sea una obra de arte sin otros calificativos. Quiero demostrar que después del boom, aún tenemos ideas por desarrollar.
¿Cómo valora el campo literario actual en México y el resto de América Latina?
Me gusta. Una vez más nos unimos, tenemos intereses comunes. Hay autores representativos en todas partes y lectores que los siguen. Deberíamos ayudar, al menos en narrativa, a que el trabajo de paraguayos, ecuatorianos, venezolanos, bolivianos y centroamericanos se conozca más.


(entrevista de Santiago Maisonnave en el sitio "revista ñ", Clarín)

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