lunes, 29 de abril de 2013

EL ENMASCARADO

para Carmen

 uno.

Mientras me desayunaba un huevo duro con galletas saladas, me llegó la noticia de que murió Manuel López Gallo, fundador de la cadena de librerías El Sótano, a los 83 años. De inmediato recordé que, allá por la década de 1970, mientras me acercaba a pagar un libro en caja vi formadita con dos libros para llevar a la actriz Ofelia Medina. Creo que en ese entonces todavía no aparecía el concepto novedoso de librerías Gandhi. También por ese entonces, la única librería que yo visitaba era la que estaba en avenida Juárez, en los bajos de un hotel que luego desaparecería con los terremotos de 1985. Justamente en ese local, hacía la licenciatura en Letras Españolas, una tarde quise expropiar un libro de relatos de Antonio Skármeta, "Desnudo en el tejado". Ya para cruzar el umbral de salida se me atravesaron dos empleados, ignoro si uno de ellos era el propio López Gallo, que me pidieron pagar o devolver los libros que llevaba entre el cinto del pantalón y el ombligo. Luego de sacarlos y entregarlos me informaron que si no cubría el doble del precio de su valor etiquetado, me entregarían a una patrulla policiaca, que ya me esperaba a la salida. Evidentemente me pusieron en manos de los cuicos de uniforme azul. Después me cayó el veinte, como se dice, que era la primera librería con circuito cerrado de vigilancia.

dos.

Me subí a la parte posterior del vehículo oficial, acompañado de uno de dos gendarmes. Respondía a sus preguntas: estudiaba en ciudad universitaria (CU) y trabajaba medio día en una revista con oficinas en Amberes, colonia Juárez. Con mi chamba me pagaba los estudios y era amigo de los Infrarrealistas, cada que se podía, enviaba fondos a casa, en Durango. Por supuesto, el salario percibido por el trabajo de medio tiempo era insuficiente para cubrir vivienda en casa de huéspedes -en ese entonces en san Miguel Chapultepec-, inscripciones, pasajes, alimentos y ropa. Como no había alcanzado a pagar la mercancía de la que quise apropiarme, los polis me dijeron que les entregara lo que trajese en efectivo. Les pedí que sólo me dejaran los sesenta centavos, creo, que en aquel entonces cobraban los camiones hasta CU. Así lo hicieron antes de permitirme descender del vehículo de torretas y recomendarme que no le hiciera al enmascarado.

tres.

Nunca he dejado de ser cliente de la cadena librera El Sótano, aunque en un tiempo me resistí a frecuentarlos pues tardé en superar el trago amargo aquí expuesto. Me reacerqué no hace mucho tiempo: cuando supe que con mi credencial del Inapam -algo así como una membresía para adultos en plenitud, ¡bolas!- me concedían un descuento del 15 por ciento, no sólo en libros sobre geriatría, autoayuda, marcianos, best-sellers, profecías de Nostradamus, Feng Shui, etcétera, sino también en literatura nacional y de importación. Excepto en dvd y cd. Qué tal.

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