lunes, 4 de marzo de 2013

Mario Santiago ya no vive aquí

 Tal vez no haya aproximación más bizarra al arte que la nostalgia. Escuchar una canción porque nos trae recuerdos de una época mejor, puede resultar un buen ejercicio para la melancolía, pero siempre funcionará como una especie de cortina entre el tema y su oyente.
Obligarnos a oír la música en presente, con la actualidad que tienen los sonidos, con la firme voluntad de darle consistencia al arte más por lo que tiene que decirnos que por lo que pudo habernos dicho ayer, es un desafío que vale la pena intentar.
Es más, muchas veces resulta el único desafío y, como tal, imprescindible.
Precisamente, nada de nostalgia tiene la mirada que ha posado el poeta mexicano Luis Felipe Fabre sobre otro poeta, Mario Santiago Papasquiaro (1953-1998) en el libro Arte & Basura (Almadía), que se presenta hoy, a las 18 horas, en la FIL Minería.
Una vista de lince sobre un pasado remoto, fantástico y muy condimentado por otras miradas.
El mundo de Papasquiaro, también así apellidado, es un universo masticado, digerido, escupido y vomitado por los amigos con los que formó el Infrarrealismo, entre ellos el chileno Roberto Bolaño.
El desafío más grande que atravesó Fabre fue, precisamente, no clavar los pies en ese pretérito que ya huele a moho y tratar de extenderle una mano a Mario Santiago para sacarlo de la prisión de los recuerdos a que quieren condenarlo los enfermos de nostalgia.
Hay que tener mucho valor para atravesar el tiempo de Mario Santiago y traerlo a nosotros, a este tiempo, en la certeza de que, compañero al fin de la ruta bolañiana, Papasquiaro compartía con aque él el mismo destino de extrañeza.
Contaba Bolaño que en los tiempos del infrarrealismo aparecían pintadas en las paredes que decían: Que Bolaño se vuelva a Santiago. Y Santiago también.
El coraje, el valor de Luis Felipe Fabre es acuñar la idea central que queda en el lector después de leer su libro: Que Roberto Bolaño se salga del infrarrealismo. Y Santiago también.

“Y a veces sueño que Mario Santiago/ Viene a buscarme, o es un poeta sin rostro,/ Una cabeza sin ojos, ni boca, ni nariz,/ Sólo piel y voluntad, y yo sin preguntar nada” (Roberto Bolaño)
Dice el humorista español José Mota que él lee los libros mientras se ducha y que por eso le duran sólo una leída. Mucho antes que él, Mario Santiago hacía lo propio, ¡y con los libros de Bolaño!, según se “quejó” dulcemente el propio escritor chileno una entrevista otorgada a la televisión de su país.
Pocas cosas pueden estar en duda en la vida de Roberto Bolaño, menos la amistad y el enorme afecto que sentía por Mario Santiago Papasquiaro (1953-1998), nacido en realidad como José Alfredo Zendejas Pineda.
Se puso Mario para no coincidir con José Alfredo Jiménez, el gran cantautor mexicano, y agregó Santiago Papasquiaro a su apellido para homenajear el lugar de nacimiento del escritor José Revueltas.
De vida atribulada y dueño de una personalidad arrolladora, cruzada por la seria adicción al alcohol que lo acompañó desde edad temprana y que lo hizo morir, también prematuramente, en un accidente de tráfico que sus biógrafos consideran absurdo, el poeta concentra quizá todo aquello que Bolaño quiso ser y no pudo o no decidió ser en su adultez, es decir, alguien que llevara la actitud poética y maldita hasta el extremo y pagara con su propia vida la aventura.
Dicen los testigos de la época que el fundador del Infrarrealismo era en los ‘70 un ser que daba miedo, al que era muy difícil seguirle el tren y que constituía en sí mismo una obra poética.
Cuenta Carla Rippey que en los últimos años de vida de Mario Santiago, costaba recibirlo en su casa “pues no se iba nunca” y la escritora Carmen Boullosa no duda en afirmar que le temía como al que más.

Ramón Méndez, su compañero en la fundación del Infrarrealismo, habla de él como alguien mucho “más inteligente, perspicaz y culto” que Bolaño.
Juan Pascoe, José María Espinasa, José Vicente Anaya: todos ellos lo siguieron viendo de vez en cuando luego de la partida de Bolaño a España y casi todos ellos coinciden en caracterizarlo como un personaje singular, de vida aciaga y totalmente entregado a la bohemia y a la escritura no ortodoxa de poemas en libretas, papeles sueltos, paredes…
“Autor de culto para unos cuantos iniciados, escribió más de dos mil poemas en los márgenes de libros ajenos, servilletas y otros papeles perdedizos, aunque en vida sólo publicó un libro, Aullido de cisne (1996), así como una pequeña plaquette titulada “Beso eterno” (1995), ambos de escasa circulación.” (Luis Felipe Fabre)
“Todos los días escribía, todo el tiempo escribía, aunque no tomara una pluma él estaba procesando todo de una manera poética, todas las experiencias entrelazadas con las lecturas que él hubiera hecho, con las películas, la pintura.”, dijo Rebeca López, su viuda.
“Todo su día giraba alrededor de caminar muchas horas y en ese trayecto iba escribiendo, en lo que fuera, en el periódico, en el libro que iba leyendo en ese momento. Se detenía, escribía, seguía caminando, en un boletito del metro, en una servilleta.”
Hace cuatro años el Fondo de Cultura Económica editó Jeta de santo, la antología poética de Mario a cargo de su esposa y madre de sus hijos, Rebeca López, y su amigo Mario Raúl Guzmán.

Era un proyecto que había abrigado Roberto Bolaño ofreciéndoselo a Acantilado, pero el escritor murió antes de concretar su propósito. Fueron Juan Villoro y Alejandro Aura quienes impulsaron finalmente la publicación de la antología.
Según el investigador, poeta y escritor Luis Felipe Fabre, compilador y prologuista de Arte y basura. Una antología poética de Mario Santiago Papasquiaro, “Mario Santiago Papasquiaro es la mejor obra de Mario Santiago Papasquiaro. Empezando porque se llamaba José Alfredo Zendejas y la constitución de un nuevo nombre obedece a una construcción literaria, creó un personaje”.
Para Fabre, la poesía de Mario es “autorreferencial, sobre todo con el personaje que él mismo creó”. Cuando sus allegados se escandalizan diciendo que en realidad Mario Santiago es Mario Santiago y no un personaje de Roberto Bolaño en Los detectives salvajes (Ulises Lima), Fabre comenta: “Creo que él no tendría ningún problema al respecto. Creo que fue el mismo Mario el que fue construyendo elementos para una mitificación desde el inicio”.
“Para mí, Ulises Lima es y no es Mario Santiago”, dice Fabre, quien llegó al poeta a través de la lectura de Los detectives salvajes, “pues eso sucede con la novela de Roberto: va hacia la vida, va hacia fuera, todos los lectores nos convertimos en detectives”.
El campo de acción de Luis Felipe como ensayista e investigador es la poesía y desde ese territorio es que lee y analiza Los detectives salvajes, una obra que considera “fundamental” para el género.
”Me parece que lo interesante de Mario Santiago está ahí: frente a los perfectos, puros y pulidos poetas consagrados mexicanos, él de alguna manera se niega a la obra maestra”, dice Fabre en El hijo de Mister Playa (Almadía), la primera biografía de Roberto Bolaño.


(nota de Mónica Maristarain, tomada del sitio "sin embargo".)

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