lunes, 17 de diciembre de 2012

Quiero beber sangre

Julio de 1789. Un ejército de desarrapados avanza por las calles de París camino de la Bastilla. Una vez allí, decapitan al gobernador de la fortaleza y clavan su cabeza en la punta de una lanza para regocijo de la muchachada. Octubre de 2011. El cuerpo desvencijado de un Gadafi agónico es rodeado por cientos de rebeldes, quienes, móvil en ristre, ofrecen al mundo lo que el mundo quiere ver: terror.
Poco más de dos siglos separan estas pavorosas instantáneas pero ambas comparten el mismo ingrediente, y este no es otro que esa belleza terrible que acuñó Burke en su día, según la cual, si el peligro o el dolor son muy fuertes y acosan demasiado no producen ningún deleite y “son sencillamente terribles”, pero, por el contrario, “a una cierta distancia y con ligeras modificaciones, pueden ser y son deliciosos”. Ese mismo concepto manejaba Susan Sontag cuando reconocía que era posible advertir cierta belleza siniestra al contemplar las fotografías de los atentados a las Torres Gemelas. La polémica estaba servida. Burke había sentado las bases: arte y horror podían ir de la mano.
La cultura popular insinua en cada una de sus mutaciones las tradiciones que le dan forma. Basta con tomarle el pulso y descodificar sus miedos. Y en esas anda Servando Rocha, autor de La facción caníbal. Historia del vandalismo ilustrado (La Felguera), quien, con la audacia de un Billy Pilgrim, traza un periplo espacio-temporal y sienta en la misma mesa a jacobinos, punks, asesinos en serie y dadaístas. Un banquete en el que Jack el Destripador le pasa la sal a Johnny Rotten y Joe Strummer comenta su último single con Robespierre. Todo para demostrar la histórica fascinación del arte por el crimen.

Muchos son los que en su búsqueda creativa han terminado por convertir lo feo y desagradable en algo bello y evocador. Las descripciones acerca del dolor y la tortura que Sade hizo en muchas de sus obras eran similares a las terroríficas misivas que Jack el Destripador enviaba a la policía londinense. El contoneo erótico-festivo de Elvis y las letras religiosamente apocalípticas de Jerry Lee Lewis le deben mucho a rituales y exorcismos ancestrales, por no hablar de la paranoia bélica de los futuristas, del surrealismo y sus coqueteos con el asesinato o de la distopia planteada por los Sex Pistols a principios de los 70.
El arte, desde su origen, llama a las puertas del horror, y este hoy día le da la bienvenida. Piensen sino en esta escena: un señor de barba tupida y perorata apocalíptica se dirige al mundo desde una cueva al norte de Pakistán. Sostiene en una mano un ejemplar del Corán y en la otra una ametralladora. ¿Les suena de algo? ¿Video arte o información? “El terror está estetizado”, apunta Rocha.
La facción caníbal. Historia del vandalismo ilustrado es una suerte de cartografía entorno al arte, el terror y el radicalismo político. Un ensayo intrépido que mete las narices en la subcultura y el avant garde, generoso en anclajes que nos permiten interpretar y reflexionar sobre lo que hoy acontece. Tal y como explica el autor en el epílogo; “un intento por hacer de la historia algo más que una simple colección de hechos muertos”. Intento conseguido.


(nota de J. Losa, "Historia del vandalismo ilustrado", calcada del sitio Público.)

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