lunes, 30 de enero de 2012

Sándor Márai (1900- 1989)

Un animal brioso


Otro muchacho, Elemér, encarnaba el amor platónico, el deseo puro e inmaculado, libre de todo contacto fisico: era muy guapo, un verdadero efebo. Tenía los ojos azules, la piel muy blanca y el pelo rubio, el cuerpo bien proporcionado, los movimientos elegantes y armoniosos, un saber estar, un je ne sais quoi que se reflejaba en su mirada o en sus ademanes y que me colmaba de deseo hacia él. Quizá sólo he vuelto a ver en los caballos y en algunas fieras nobles esa "elegancia de la raza", esa seguridad y comodidad del cuerpo, esa eficaz economía de la belleza... Mi amor por él era completamente unilateral y carecía de cualquier esperanza; mis constantes atenciones hacia su persona no tenían efecto alguno en aquel ídolo, un ídolo mimado,  pues casi todos mis compañeros de clase y mis profesores sucumbían a su belleza. Nunca olvidaré la sonrisa que se dibujaba en sus labios cuando se dirigía a mí: una sonrisa inconscientemente vanidosa, condescendiente y un tanto despectiva. ¿Qué deseaba yo de él? Pasear con él del brazo, contarle mis lecturas, reírme con él de los demás, que descubriésemos juntos el mundo, que estuviésemos unidos en lo bueno y en lo malo, y regalarle todo lo que tenía, acompañarlo a su casa al mediodía e ir a buscarlo por la mañana, estudiar con él por las tardes, que fuera a la mía para poder enseñarle la biblioteca de mi padre, los libros sobre los orígenes del hombre y sobre los secretos del universo, decirle a Juliska, la señorita, que nos preparase una merienda suculenta, con melocotón en almíbar y pastelitos... Nunca vino a casa, por más que insistí. La verdad es que Elemér no me quería, era incapaz de querer a nadie.


(Pasaje tomado de Confesiones de un burgués, editorial Salamandra, Barcelona, 8a. edición, 2007. Traducción de Judit Xantus Szarvas.)

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