miércoles, 6 de abril de 2011

TENNESSEE WILLIAMS (1911-1983 )

Conocí a Tennessee Williams en Tánger en la primavera de 1973. Yo era un jovencito y él una gloria que huía. Otros hubieran dicho una gloria caída, pues hacía años que (pese a su enorme fama) la crítica se ensañaba con sus obras más recientes. Estábamos en el bar del Hotel El Minzah, con el amigo español tangerino que me lo presentó –y que conocía a Williams desde los finales años 40- y con el chico moro, de grandes ojos negros, que acompañaba al norteamericano. Tennessee, casi compulsivamente, fumaba rubio mentolado y bebía vino blanco. En ese momento tenía 62 años que podía aparentar o no, dependía del momento de la mirada. Si hallabas al Tennessee sosegado y a ratos hilarante (incluso de risa brevemente fácil) parecía más joven. Si pillabas el momento sombrío, como súbitamente apesadumbrado, entonces las arrugas de su faz, sobre todo en torno a los ojos, resultaban en exceso marcadas y avejentadotas. Era un hombre simpático que parecía cambiar de estados de ánimo con preocupante facilidad. Más tarde leí algo que él había escrito al conocer a William Faulkner, y naturalmente me recordó a si mismo: “Aquellos ojos terribles y enloquecidos me conmovieron hasta las lágrimas”. No es que yo llorase, sino que sentí algo parecido a la piedad unitiva ante aquel hombre que –esa sensación daba- buscaba a ciegas, buscaba no sabiendo…

Yo sabía que la vida sentimental de Williams estaba marcada por el desequilibrio y por el miedo a heredar la enfermedad mental de su madre y de su hermana Rose, que pasó casi toda su vida internada en un psiquiátrico. Naturalmente su homosexualidad (que fue siempre un secreto a voces) no podía ayudar a la deseada estabilidad, porque es muy difícil que te pidan ser equilibrado y a la vez te prohíban, te repriman y te coaccionen. Tennessee Williams sólo salió oficialmente del armario cuando en 1975 publicó sus “Memorias”, que si parece un libro escrito para salir del paso (como están hechas igualmente para salir del paso las memorias de su amigo Paul Bowles, “Without stopping”) suministran muchos y jugosos datos sobre su autor. Entre ellos –alcohol, barbitúricos- esa homosexualidad vivida, paradójicamente, entre lo clandestino y casi lo exhibicionista. Cuenta, por ejemplo, como ligaba compulsivamente en bares más o menos gays y aún en sitios de riesgo (lugares, digamos, que las recientes guías gays califican como AYOR, iniciales inglesas de la expresión “a su propio riesgo” o por su cuenta y riesgo), como tampoco le importaba pagar, y que uno de sus lugares favoritos de ligue habían sido las calles –o ciertas calles- de Nueva York, a finales de los años 40. En esas salidas nocturnas con marineros, mariquitas o soldados de permiso, le había acompañado muchas noches su amigo Truman Capote. A esas salidas en busca de ligues y aventura –que ocurrieron también en Nueva Orleáns- les apodaban “la quête lyrique”, algo así como la peregrinación lírica.
No puede decirse que de tales correrías suelan surgir amores y menos “el amor”, pero es el caso que Tennessee Williams conoció a Franck Merlo en agosto de 1948 en las calles de Nueva York, y que lo que podría haber sido un ligue ocasional (uno de tantos, en una vida muy promiscua) se convirtió enseguida en un amor para siempre. Williams tenía en ese momento 37 años y era, nada menos, que el reconocido y exitoso autor de “Un tranvía llamado Deseo” que se había estrenado el año anterior. Por su parte, Merlo, era un chico moreno y muy atractivo, hijo de emigrantes, de 20 años, y que aún no sabía muy bien que hacer con su vida. Pero el flechazo o la seducción fueron muy deprisa, pues en octubre de ese mismo año ya compartieron el éxito de la nueva pieza de Tennessee, “Verano y humo”. Un mes más tarde se embarcaron hacia Europa, en un viaje que casi daría la vuelta al mundo, y que duró cerca de un año. Francky –como le llamaban los amigos- ya tenía una ocupación: ser el amante, secretario, enfermero y cuidador de Williams. Y el chico lo hizo, y casi contra todos los pronósticos fue fiel. Franck Merlo supuso la mayor estabilidad y equilibrio en la vida de Tennessee. Y parece que el momento más venturoso (o más estable) llegó a principios de 1951, cuando se estrena “La rosa tatuada”, una obra que exalta la fidelidad y que está dedicada a Franck Merlo.

Antes de 1975 la homosexualidad de Tennessee había aparecido en cuentos y poemas (con mirada indirecta) y en muchos personajes de teatro femeninos – como Blanche Dubois en “Un tranvía llamado Deseo”- que aunque mujeres, sólo pueden comprenderse bien en tanto construcciones de una idea o de un arquetipo homoerótico. También la homosexualidad, más explícitamente, está en el trasfondo visible de dramas tan magníficos como “La gata sobre el tejado de zinc” (1955) o “De repente, el último verano” (1958), quizás una de las obras más profundas y decadentes –en el mejor sentido de la palabra- del dramaturgo.
Franck permaneció esencialmente fiel. Pero no así Tennessee Williams (una vida terriblemente estresada, barbitúricos, alcohol, psiquiatras) que, mediando los años 50, ya había vuelto a las andadas. Franck lo tuvo entonces claro, el amor se convertía en amistad. Pero, pese a todo, el amor subsistió. Aunque acompañado muy pronto por la tragedia, pues Merlo murió en un hospital de Nueva York (a causa de un cáncer muy rápido) en septiembre de 1963, con 35 años.

A la muerte de su amigo, Tennessee entró en una profunda crisis depresiva, que le llevó, incluso, a estar internado. Cuando salió (más viejo, más derrotado, empezando su particular travesía del desierto) volvió a lo habitual. Sus amigos serían los chicos alquilados o de circunstancia, el alcohol, las pastillas –con sucesivos procesos de desintoxicación- el teatro y la literatura, donde ya no volvería a cosechar nunca (pese a la aludida fama, que no mermó) los éxitos brillantísimos del comienzo. Tennessee Williams murió en Nueva York –ahogado al intentar destapar con la boca una botella, entonces se tragó el corcho- el 25 de febrero de 1983. Tenía 72 años. Para sorpresa de algunos (pues ya hacía casi veinte de la muerte de Franck Merlo) una de las disposiciones testamentarias de Williams pedía ser enterrado junto a los restos del ser que le había cuidado y querido. Sabemos que muy frecuentemente el amor (que siempre anda por ahí y vuela donde y como quiere, decían los goliardos) no llega a tiempo, o no lo sabemos ver, o es pájaro inquieto que levanta muy presto el vuelo. Pero el amor –incluso en los seres más desesperados, más convulsos- nunca parece faltar al encuentro.


(nota de Luis Antonio de Villena, "TW y F. Merlo.Si la felicidad no basta." reproducida del blog 'dos manzanas'.)

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