martes, 7 de septiembre de 2010

TRASTORNOS MENTALES

Por dios...¿qué decir de don Juan?

Mario Zumaya


Llego a mi consultorio con toda la intención de escribir una demoledora crítica sobre las recientes declaraciones y la persona del señor cardenal Juan Sandoval. Una vez sentado frente a la computadora, enmudezco.
¿Qué escribir acerca del personaje que no haya sido dicho ya ?
Quizá hacer un intento de acercamiento desde la perspectiva psiquiátrica. Esto es, decir que es una persona que puede ser englobada dentro de alguno de los llamados trastornos mentales o de personalidad. Decir, por ejemplo, que el personaje tiene un probable proceso demencial al que se suma un trastorno narcicista de la personalidad, aderezado con abundantes rasgos sociopáticos.
Lo cual, en lenguaje llano, es decir que es un sujeto en edad senil con una muy probable pérdida progresiva (demencia) de facultades mentales superiores como lo son el juicio y la autocrítica. Que no ve más allá de sus narices, que tiene una falta absoluta de consideración por aquellos que no comparten sus ideas y que, además, se encuentra en la búsqueda ansiosa y permanente de reconocimiento y veneración pública (narcisista) de la que, por cierto, goza en su terruño, empezando por su fan número uno: el borrachín y dispendioso gobernador de tan hermoso y sufrido estado. Y que, a final de cuentas, no tiene ningún respeto por leyes y normas (sociopatía) de nuestra constitución.
Pero no, no puedo escribir eso porque de seguro varios colegas de Jalisco saldrán en su apasionada defensa, arguyendo que Don Juan es un prodigio de salud mental, poseedor de un juicio preclaro y de una inteligencia sobrehumana, por no hablar de sus virtudes cristianas.
No, no puedo escribir eso porque se trata de un jerarca de la Iglesia Católica tradicional, que es una institución esencial y absolutamente antidemocrática, misógina y homofóbica.
Institución que, en las personas del mencionado Don Juan y de Don Norberto y Don Onésimo, entre otros, encarnan el esencial postulado religioso de que, por supuesto y desde luego, no somos iguales.
No, no lo somos: por un lado están los católicos acríticos, o por lo menos los que admiran y se adhieren a las posturas de los Dones ya mencionados y, por el otro, todos los demás. Todos. Que debemos de ser algunos cuantos: protestantes y cristianos de otras denominaciones, judíos, musulmanes, hinduistas, sintoístas, ateos y todas aquellas personas que no piensen como ellos y, también, las personas con preferencia sexual de tipo homosexual, los ministros y ministras de la, ahora sí y ojalá que de manera permanente, Suprema Corte de Justicia.
No puedo escribir eso porque Don Juan, representante del Dios católico, de seguro me maldecirá y, la verdad, me da un poco de miedito: 2 mil años de tradición no dejan de pesar y en una de esas el infierno y el purgatorio son verdad. Mis recuerdos infantiles de una bisabuela desgarrada por su concepción del pecado, rezadora lacrimosa inclinada varias horas al día frente a un Cristo sangrante y lacerado, pesan. Como seguramente le pesan al infantil pueblo de México más de 400 años de catolicismo a la antigüita: que es autoritario, dogmático, persecutorio, intransigente.
Puedo escribir, en cambio, que las recientes declaraciones del cardenal jalisciense son una maravilla, que el hombre en efecto es un prodigio de salud mental, poseedor de una sobrehumana inteligencia. Ha provocado un debate pospuesto durante años. Un debate entre un Estado moderno y una Iglesia católica tradicional del cual habrá de resultar un deseable despertar del pueblo: de una pesadilla infantil hacia una adolescencia más libre, que piensa por sí misma, más autónoma, más divertida.
Enhorabuena.

¿Vale la pena ocuparse una vez más del cardenal "maiceado" por los empresarios y dueños del dinero de este país que esperan adquirir un condominio en el más allá; de verdad, es tan importante su investidura como heredero de los inquisidores llegados de allende el océano, junto con fray Juan de Zumárraga, inventor del "indígena al carbón"; es tan venerado en Los Pinos que privará un ominoso silencio por los siglos de los siglos? Nosotros creemos que sí, que aún hay tela de donde cortar mientras existan los norbertos, los hugosvaldemares y los onésimos que junto con los juanessandovales sigan fueteando al católico agachón que cada uno llevamos dentro. Por esto hemos reproducido este artículo, aparecido en el diario El Universal.

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