jueves, 9 de septiembre de 2010

LA GUERRA PERSONAL

Encobijado


El 'encobijado' de Sinaloa.  IONSA

El 'encobijado' de Sinaloa. IONSA



Madrid


Actualizado jueves 09/09/2010 12:40 horas



El protagonista de la historia es un cadáver más. Uno de tantos. Tan insignificante que la noticia de su identificación tan sólo asoma a los diarios locales. Para poder salir de esa categoría y convertirse en noticia nacional, en México, hay que estar acompañado al menos por otros diez o doce cuerpos. Si de llegar a un medio internacional se trata, hace falta reunir varias decenas. Por menos de eso la masacre del narco ya no constituye noticia, y menos en Sinaloa, donde la tragedia es cotidiana.


Se trata de un 'encobijado', o lo que es lo mismo, un hombre al que después de acribillarlo a tiros lo han envuelto en mantas o cobijas y embalado en ellas con ayuda de cinta aislante como si fuera una alfombra o un fardo de mercancía. Desde fuera, el fardo a duras penas representa ser un ser humano. Las razones para esta diligencia no son otras que favorecer el transporte y prevenir que deje huellas en el portaequipajes de auto o en la trasera de pick-up en el que lo hayan trasladado. Retirar la sangre es engorroso, y es difícil hacerlo de forma que no queden rastros de ADN, aunque la policía mexicana no da abasto para reconocer siquiera a los muertos que se le amontonan en los depósitos cada jornada, y mal puede hacer grandes alardes para cruzar sus perfiles genéticos. En el caso de que quiera hacerlo, que no siempre se produce, y menos cuando el muerto lo hace el clan que tiene a sueldo o amenazado al jefe policial.


El encobijado muere no se sabe muy bien dónde. Se le envuelve en gruesas mantas, que impiden que sus fluidos salgan al exterior y que absorben los que den en salir. Luego se le echa al vehículo y se le lleva a un lugar alejado de donde se le torturó y se le quitó la vida y allí ya se le puede tirar tranquilamente. Es un lugar normalmente fuera del paso, en el que tardarán en encontrarlo. Para entonces, como ocurre con el protagonista de nuestra historia, se hallará en tan avanzado estado de descomposición que identificarlo será un desafío investigador en toda regla. Se hará preciso echar mano de la copiosa lista de desaparecidos denunciados, y rezar por que no se trate de uno de esos cuya falta no se denuncia. Tampoco hay demasiada urgencia por identificarlo, porque con ello bien poco se va a resolver. Tan sólo sumar un nombre más, una identidad más, a esa nómina interminable. Uno de tantos, que nadie recordará, cuyo epitafio nadie escribirá, cuya muerte pasará sin testigos ni duelo.


Al cabo de un mes, sin embargo, se le identifica. La noticia de su atribución de identidad, de nuevo, lo es sólo para el diario local. El Noroeste de Sinaloa, que tiene una versión en Internet. Así es como la noticia, por una casualidad, llega a conocimiento de otra persona que vive a miles de kilómetros de allí, en España. Una persona que escribe y que resulta que se llama exactamente igual y que, coincidencias del destino, tiene justamente su misma edad. No es el suyo un nombre común, y aunque la edad si lo sea, no lo es para morir. Al menos, eso es lo que quiere creer la persona que escribe y aún vive, y que de pronto se tropieza con la desgracia de aquel asesinado homónimo.


Lee despacio la noticia. El muerto presentaba varios impactos de bala. En vida vendía especias y estaba en un centro de rehabilitación. Apareció en un camino, a un kilómetro de la carretera general, envuelto en una manta color café y cubierto 'de lozas de asbesto'. Siente la necesidad de escribir todos estos detalles, porque de pronto ese muerto ya no es uno más. Lorenzo Silva, español, 44 años, compone así el obituario de Lorenzo Silva, mexicano, 44 años. Aunque tampoco sirva para nada.


Los decapitados, los destazados, los descuartizados, los pozoleados, los arrojados al fondo de una presa, los desbarrancados, los rafagueados, los que resultaron 'daños colaterales' para las autoridades, los cazados por no hacer alto en un retén inexistente, los vetados en tweeter por no comulgar con el tlatoani enano, los arrojados a la fosa común, los que dijeron que iban a la chamba y nunca regresaron, los que pidieron vacaciones o un aumento salarial y fueron disueltos en sus propios aceites, los que recibirían un homenaje póstumo con un nuevo perfume Estèe Lauder y una línea de lencería exclusiva por haber emprendido la graciosa huída en Ciudad Juárez, Chihuahua, México, los que no votaron por los candidatos impuestos por los ovarios de Amalia, los que cruzaron La Línea (The Border) con un iPod con rolas de Intocable y ya no se supo de ellos, por los que se quejaron a Conapred ante la insolencia del clero y aún esperan respuesta, por los que arrojaron la tele contra la pared para no escuchar a Azcárraga Jean abundar sobre las bondades de Iniciativa México y el armatoste siguió funcionando. En fin.

Nota tomada del diario español El Mundo. UM

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