domingo, 6 de septiembre de 2020

Uriel Martínez (1950 )


                                                                   historia mèxico




Fase 3 (parte 21)

1.

Quiero dejar el exilio para otra ocasión, quizá para otro ciclo vital. Seis meses de celda me llevaron a un acercamiento con un uriel intuido, adivinado, presentido. En la semana última de agosto mudé la cabecera de la cama, ahora paso la noche con la mollera en dirección a occidente, al ocaso, a la hora del ángelus como quien ha llegado al otoño del mundo. Sé que un día haré a un lado las medicinas que ahogan mi oscuridad, mi confusión, dudas, inseguridades, recelos. Estoy por pisar el umbral.

2.

Ese día los pronósticos del tiempo indicaban un día cálido. Pero no aquí, en Dogville, sino en otro pueblo un poco distante, en dirección al sur. La cita para el viaje era a las 8 am. Tengo la bendita costumbre de despertarme a las cinco haga el clima que haga. Desde la noche anterior había apartado libros y revistas para el viaje: uno de Juan José Saer, cuatro ejemplares de "El son del corazón" y una libreta de apuntes de viajes; más el cargador del móvil. No llevaría artículos de aseo ni medicinas. Tampoco quise desayunar, sólo café y dos galletas saladas. La vuelta sería el mismo día de septiembre, ya entrado el otoño, mes y ciclo vital crepusculares. Seguía activa la maldita Pandemia. Así que cargaría dos cubrebocas, uno de repuesto y el otro como salvoconducto para trepar al bus que me acercaría a lugar concertado para la cita y el viaje.

3.

El viaje no fue azaroso. Nos detuvimos brevemente en una tienda de conveniencia a comprar cien pesos de tiempo-aire para el móvil, nos desayunamos una torta de frijoles con huevo antes de reanudar el camino. Atravesamos un pueblito y al acercarnos a un negocio mi auriga me dijo: "Mira, aquí encuentras sal de mar de Colima y chiles con vinagre envasados; de regreso nos detenemos para que la conozcas. Venden muchas cosas." El trayecto me es conocido pues ya he viajado en ocasiones anteriores a nuestra meta. Sobre la carretera aparecen esporádicos indicadores de los pueblos y villas cercanos tres o cuatro kilómetros que orientan a viajeros -a aquellos no acostumbrados a los mapas de Google-; pueblos y villas distantes de la carretera de mayor circulación; son caminos vecinales de terracería. La mañana era de clima agradable. Sin yo esperarlo llegamos a mi destino: ahí  esperaría el regreso de mi guía que se encaminaba a otro pueblo: acordaríamos el punto de reencuentro con el móvil, antes de las 17 horas. Descendí cerca del mercado antes de las once am. Cuando encontré café de olla en uno de los puestos, observé que entre los comensales, como en ocasiones anteriores, no había huicholes, había pocos clientes. La gente seguía confinada en sus casas o, en todo caso, el grueso de clientes y comerciantes llegan a esa cabecera municipal sábados y domingos, ya a comprar, vender y escuchar misa. Salí del lugar con el vaso de unicel de café. Cuando le di el primer sorbo me percaté que había olvidado tomarme la medicina de las 8 am en casa. Pese al baño temprano no había despertado cabalmente. Por naturaleza soy distraído y esta vez no había habido excepción. Me tomé con calma el olvido, la tomaría a mi regreso.



Dogville, septiembre 2020                                                                                               (Inèdito)

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