lunes, 17 de agosto de 2020

Uriel Martínez (1950 )

Fase 3 (parte 18)


I.


Ni la emergencia sanitaria
hizo a la loca del pueblo
permanecer en casa;
lo suyo es la agorafobia
y los campos de verano a lo lejos,
las gorjeos y el zumbido de abejas
en oídos.
Los días de trabajo sale
de casa temprano, se le ve
acompañada de sombrilla,
tacón de aguja, vestido de noche
y planes para antes de las cuatro.
A esa hora volverá a casa
con los ingresos que a bien la caigan
en el monedero que porta en el seno,
los cheque al portador que traiga la suerte
o los desencantos de aquellos ausentes.

A veces se dilata en los escaparates
en los los que se acomoda el fleco,
se revisa la onda del copete
o el péndulo de las arracadas
adquiridas a crédito.
Nunca deja que predomine en sus nalgas
el desánimo ni en sus noches la derrota.

Es una perra sólo dócil en apariencia.


II.

Tengo dos lámpara de papel asiático
que al menor soplo se vienen abajo
lentamente como la gota de agua
que cae sobre arena.

De noche emiten una luz ámbar
propia para pacientes hipertensos,
obesos o solterones ateridos
de soledad.

Una pende de la recámara principal
y la segunda en la cocina-comedor-biblioteca
donde mis mascotas deambulan
buscando la salida de emergencia.

Pero no hay escaleras de incendio
ni puertas simuladas en donde
se esconda la felicidad, ni lugar
en donde está el cofre del arco iris.

Aquí en casa sólo hay camas solas,
sábanas mortuorias, patíbulos
abandonados; y lámparas de papel
importado casi ingrávidas.


a)
Faltan tres domingos para que termine el mes, tres días por transitar y pisar luego los umbrales del otoño. Otro otoño más en nuestra agenda de vida y muerte. Tres días consecutivos en una bitácora que, se creería, no termina nunca ni terminará pronto. Tres semanas más con cubrebocas y baños continuos de manos con una fórmula que nos exente, provisionalmente, de amenazas externas, internas, dérmicas y cutáneas. Veintiún días sin sol, con vientos que desgarren nuestras más secretas máscaras, que exhiban miserias, bisoñés, dientes sin esmalte, sonrisa ausente. Días tardes noches encerrados en un ascensor estrecho que sigue atascado en el último piso, donde nadie viene a rescatarnos porque no habrá final rosa, no oiremos el consabido "Colorín colorado este cuento se ha acabado". Nadie vivirá feliz porque desconocemos el fin que tuvieron los extraviados en el bosque. Porque nadie recogerá nuestras cenizas. Transcurrirán tres semanas y quién sabe.


Dogville, agosto 2020                                                                                               (Inédito)

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