jueves, 9 de julio de 2020

Yusef Komunyakaa (1947 )

Pájaros en el tendido eléctrico



Mama Mary los cuenta
otra vez. Once negros. Sólo uno
rojo como una gota de sangre

contra el cielo. Está convencida
de que llevan dos semanas ahí.
Le llevo otra taza de café

y una Fig Newton. Me siento a leer
a Frances Harper en la misma mesa esmaltada
donde comía bizcochos de pequeño,

la cabeza liberada de las voces que traía.
Vuelve el olor a hierba de la llanura
y se lleva el sabor a nitrato.

Los ojos invernales de los pájaros
brillan como el ágata bajo la luz del verano,
como si amaran el corazón

de las cosas salvajes. Me paro
a oír con una palabra en los labios.
Están en el cable eléctrico. Un mensaje

resplandeciente escrito con humo
detrás de un dirigible Goodyear. La oigo decir
Jesús, te lo prometí. Ahora 

que él está en casa a salvo, yo ya estoy preparada.
Me he puesto los zapatos de viaje. Me he colocado

los dientes. La ropa interior limpia.


El galeón de la niebla


Nubes con cabezas de caballo,
banderas y pendones uncidos a negras
chimeneas entre una bruma de ciénagas.
Desde la fronda tranquila que veo rápida pasar
algún pájaro nocturno dice
¡barco a la vista, barco a la vista!
Poso la cara contra la ventana
del taxi. Estoy de nuevo aquí
frente a esta luz mortecina;
toda la ciudad huele
a la ira más antigua del mundo.
Montones de residuos se agolpan
bajo el azufre y el dióxido aguardando
el amanecer como un buque fantasma
que esperase cargado a las afueras de la Galia.
El frío cristal, al rozarme la mejilla,
me hace olvidar el negro velero
de un mar eterno. Todo
se achica bajo las luces
de la fábrica de papel
que parpadean detrás del brumoso
almacén de ruedas, del de productos químicos
que convierten en pulpa a los trabajadores
cuando caen en los depósitos
que hierven en sosiego.



("altazor", traducción de juan josé vélez otero y renato rosaldo)

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