jueves, 2 de julio de 2020

Antonio Requeni (1930 )

Cuerpo
                                                                          Corps, mon vieux compagnon, nous périrons ensamble.
                                                                              Comment ne pas t’ aimer, forme à qui je resemble,
                                                                              puisque c’ est dans tes bras que j’ etreins l’ Univers.
                                                                                                                          Margarite Yourcenar

Hemos llegado, viejo, compañero,
a esa línea de sombra tras la cual, algún día,
deberemos rendirnos a la ley implacable.
Quizás nos separemos o, abrazados,
juntos seamos destruidos
mientras la indiferencia majestuosa
del sol y el mar, la flor y las abejas,
devane el oro eterno de la vida.
Pero hoy estamos como siempre, juntos.
Aún nos une el milagro,
la suprema alegría de sentir el deseo,
de jugar a vivir y prolongarnos
en hijos y palabras. Todavía
seguimos de este lado de la tierra,
ardiendo en el impulso y la fatiga.
En el prodigio inmenso
De ver, oír, tocar, ir a las cosas.
Hermoso ha sido el viaje
hasta ese límite de sombra.
Una puerta se abre a otra aventura,
en un cierta región en las que un día
entraremos fundidos, con los ojos
abiertos, lentamente,
junto a las hojas descompuestas,
insectos y detritus. Contigo
como siempre, mi viejo compañero,
hasta no ser ya más, nunca, en el mundo.


Ese hombre que escribe



¿Escribir o vivir? Acaso viva
mucho más ese hombre que ahora escribe
solo en su cuarto, con furor, insomne,
unos cuantos renglones azarosos.
La hoja en blanco lo invita a la aventura,
le hacen señas de fuego las palabras
que ordena y copia, corrigiendo un bosque,
tachando una ciudad, adjetivando
con un nuevo fulgor lo que antes era
torpe y vulgar, oscuro, indiferente.
Del otro lado, por la vida –dicen-,
transcurre el tiempo, el ruido, la rutina.
Allí, entre las paredes de su cuarto;
allí, entre las paredes de su cuerpo,
él elige escribir, asume el riesgo
de perecer o descubrir la cifra
de su destino oculto en las palabras.
Porque sólo por ellas ese hombre
que escribe está viviendo y tal vez viva
más allá de su muerte.



("altazor")

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