martes, 24 de septiembre de 2019

Yorgos Seferis (1900/1971 )

El viejo



Tantos rebaños han pasado tantos pobres
y ricos jinetes, algunos
de lejanos pueblos se quedaron
la noche en las zanjas de los caminos
encendieron fogatas contra los lobos: ¿ves
las cenizas? Negruzcos círculos cicatrizados.
Él está lleno de marcas como el camino.
Más arriba en el pozo seco echaban a los rabiosos
perros, él no tiene ojos, está lleno
de cicatrices , es liviano; sopla el aire;
no distingue nada, lo sabe todo,
mondo capullo de cigarra en un árbol hueco
no tiene ojos ni siquiera en las manos, conoce
el alba y el ocaso conoce las estrellas
cuya sangre no lo alimenta, pero tampoco
está muerto, no tiene raza, no morirá,
será simplemente olvidado, no tiene padre.
Las fatigadas uñas de sus manos
trazan cruces en podridos recuerdos
mientras el viento sopla turbio. Nieva.

Vi la escarcha en los rostros
vi los labios húmedos las lágrimas heladas
en el rabillo del ojo, vi la línea
del dolor junto a las aletas de la nariz y el esfuerzo
en las raíces de la mano, vi el cuerpo llegar a su fin.
No está sola esta sombra atada
a un báculo inflexible y seco
no se dobla para tenderse, no puede;
el sueño dispersaría sus coyunturas
en las manos de los niños como juguetes.
Él manda como las ramas muertas
que se quiebran cuando cae la noche y se despierta
el viento en las barrancas
manda las sombras de los hombres
no al hombre en la sombra
que no oye sino la voz baja
de la tierra y el piélago ahí donde se juntan
con la voz del destino. Se mantiene erguido
en la orilla, entre ovillos de huesos
entre montones de hojas amarillas:
vacía carcasa que espera
la hora del fuego.


Drénovo, febrero de 1937



("trianarts", trad. selma ancira + francisco segovia)

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