domingo, 15 de septiembre de 2019

Uriel Martínez (1950 )



Pajarito, pajarito



1.
Jueves. Me agaché a recoger un papel hecho varios dobleces; lo levanté y guardé en la bolsa. Seguí mi camino mientras imaginaba que alguien me seguía para reclamar que ese billete le pertenecía. Ocho meses atrás recogí del piso cuatro billetes de cien y veinte pesos. Supuse que alguien había tendido un "cuatro" (trampa) al azar al primer incauto, pues nunca sobran ni faltan los Uriel. En enero y agosto me sonreía la suerte. Otra sospecha: los billetes eran falsos, alguien los había tirado con la certeza de que un ingenuo los levantaría.

2.
Ese mismo jueves entré a comprar Tabcín Noche. La chica que me atendió me ofreció una tarjeta de puntos de regalo, una especie de monedero electrónico con morralla a favor del cliente, me explicó. "No vivo aquí, gracias". De dónde viene, me inquirió. "De Dogville, allá no tenemos farmacia" Nos despedimos. Salí y me encaminé a la esquina. La imaginaba que desde la puerta me llamaba: "Señor, su billete es falso". Si no se percataba ella, perdería cien pesos, la denominación del billete recogido a medio día, afuera de la Central Camionera. Pasé más tarde con la idea de que al verme me identificaría. Pasé y pasé pero no la vi en el mostrador. Ya no quise tentar mi suerte.

3.
Antes de abandonar Dogville la víspera, temprano me enteré del fallecimiento de Toni Morrison, la primera autora negra norteamericana en acceder al Premio Nóbel de Literatura. En mi biblioteca tenía tres novelas suyas. Salí de la ciudad con su novela La isla de los caballeros. Al día siguiente de mi llegada a esa ciudad vecina, cayó una fuerte tormenta cerca de media noche. Fue el siguiente sábado que encontré en la librería Ghandi Beloved, que estuvo fuera del mercado algún tiempo. La suerte me sonreía. Me propuse terminar pronto la relectura del libro que vino conmigo en la maleta.

4.
El domingo 25 atravesaba una plaza muy concurrida -un día antes del regreso a clases-, los padres buscaban la tienda con los uniformes reglamentarios del colegio; revisaban las mejores ofertas en útiles escolares; hacían fila en los helados de medio dólar; llevaban y traían a infantes en carriola o tomados de la mano. Vi al pajarero con la jaula de la suerte. Me detuve, lo pensé: me acerqué. Tarifa de treinta pesos a cambio de cuatro profecías dobladas. Emilio se llamaba el ave (Rousseau). Antes de abrirle la jaula el señot Tiresias le extendió a su ayudante una piedrita verde y él cogió otra para sí. Se tomaron de la mano y cerraron los ojos. Salió Emilio: con el pico tomó uno, otro, otro y otro papelitos con pasado, presente y futuro del narrador. Tiresias me recomendó guardarlos y leerlos en casa: me entregaba en mano mi destino, mi fortuna, mi pasado y mi porvenir. Protegido de Venus, carácter recio, viernes mi día de suerte, viviré muchos años (friso los setenta), mayo y junio meses óptimos para negocios. Temperamento melancólico; supera sensiblerías. A huevo.



(Inédito)

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