jueves, 5 de septiembre de 2019

Jorge Fernández Granados (1965 )

Tao



mi madre era una mujer que llevaba su casa a todas partes
mi padre era un hombre que llevaba sus ruedas a todas partes

mi madre era una mujer que dondequiera que vivía buscaba arraigarse
mi padre era un hombre que dondequiera que vivía buscaba la hora de irse

mi madre era una persona que necesitaba un espacio para hacerlo suyo
mi padre era una persona que necesitaba un espacio para recorrerlo

ella quería saber siempre el nombre del lugar a donde llegaría
él quería saber la hora anticipada en la que emprenderían el viaje

ella hacía todo lo posible porque pasara lo que pasara las cosas volvieran a su sitio
él hacía todo lo posible por remover el lugar fijo de las cosas

ella medía el tiempo en círculos
él medía el tiempo en una línea de fuga

lo que aún es un enigma para mí
es por qué en los últimos años de sus vidas cambiaron de papeles
y cuando tuvieron un jardín
mi madre sembró plantas que dan flores
pero mi padre sembró plantas que dan frutos.



Los peces


Fuimos bajando hasta el fondo
por las calles del puerto. La noche
remaba en el abismo de los ojos. No recuerdo qué tanto
la brisa nos cubrió de sal y estrellas.
Es conveniente dormir a menos que amanezca, dijo,
pero éramos legión para esas horas ya rancias de cantinas.
El ron juntó a los peces
y a todas las criaturas que no duermen
esa noche de pescadores y viajantes, de grasa y aguacero.
Emigramos a La Luna,
que era una carpa improvisada en los
dudosos territorios del suburbio.
Sudores y cervezas, baile, sedimento
de géneros grotescos de alegría,
se fueron combinando con torpeza
hasta temblar en una sombra, un amasijo
de danza, alcohol y extrañas vidas.
Los círculos que lees con tu mirada
no están en realidad aquí,
pero a ti te fue dado contemplarlos,
—dijo sonriendo y se perdió bajo los cuerpos
en la anchurosa fiesta de esa carne.
El ritmo gobernaba la sordidez o la gracia
y en medio de su lago nos fundimos.
Más tarde, ya cansados
los pocos rezagados en La Luna,
sin sueño y con nostalgia de horizonte,
fuimos a buscar el mar:
la sonata del agua, el apetito de su hechizo,
en esa vigilia donde el límite
del cielo y el océano es todavía tiniebla.
Algo nos lleva ante la orilla
a ver cómo la luz se recomienza
y estar aquí sin comprenderlo,
testigos de este mar alucinado,
súbitamente viejos, silenciosos,
oyendo de su más oscuro corazón
una alabanza.
Sentados en el muelle esperamos el día:
poco a poco fue llegando su violeta,
la noticia azul de su marea,

y en el silencio de su gloria amanecimos.


("revista altazor")

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