Ordeno la cama
con el amanecer aún oscuro,
sin prisas y sin nervios en mi entorno,
cuando el sol despunta de la cocina
se desprende un olor familiar: es el café
que avisa "aquí estoy";
temprano recuerdo la visita
del gato silencioso
que apareció en pretiles
en busca del sol
como visita inoportuna;
esta vez no lo amenacé con la chancla
pero prontamente nos tomamos
la medida sin parpadeo de nadie,
sin bufarnos uno al otro;
quiso entrar a casa con ese porte
que lo distingue, con ese gesto
de caballero con el rabo en alto,
silencioso;
silenciosamente condené la puerta,
estampé la espalda en tablas
de antiguas resinas y thiner,
en viejas caricias de brochas
en madera.
(Inèdito)
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