lunes, 6 de mayo de 2019
Ted Hughes (1930/1998 )
Los caballos
Subí a través del bosque en la hora oscura antes del alba.
Un aire amenazante, una quietud de hielo;
ni una hoja, ni un pájaro:
un mundo hecho de escarcha. Llegué a lo alto del bosque
donde creaba al respirar figuras retorcidas en la luz de hierro.
Pero drenaban ya la oscuridad los valles
y luego –ennegreciendo los vestigios grises– en la linde
del claro se abrió el cielo. Y vi entonces los caballos.
Enormes en la espesa niebla –diez en total–
quietos como menhires. Respiraban inmóviles,
sus crines lacias, sus precisos cascos angulados,
sin hacer ningún ruido.
Pasé a su lado. Ninguno resopló ni giró la cabeza.
Fragmentos grises, silenciosos
de un silencioso mundo gris.
Y arriba en la ladera me detuve a escuchar el vacío.
Y el lamento de un pájaro mostró su filo en el silencio.
De a poco era posible percibir detalles. Luego
brotó naranja, rojo el rojo sol
en silencio, y rompiendo desde el centro una rasgada nube,
sacudió el fondo abierto, hizo ver el azul
y los grandes planetas suspendidos.
Yo volví,
tropezando en la fiebre de mi sueño, hacia el bosque
desde las cimas encendidas,
a donde estaban los caballos. Ahí seguían,
ahora humeando y brillantes en la luz,
sus lacias crines pétreas, sus cascos delicados
conmoviéndose en el deshielo mientras todo alrededor
fulguraba en los fuegos de la escarcha. Pero seguían en silencio.
Ninguno hizo un sonido,
con sus cabezas suspendidas, sin apuro, igual que el horizonte,
muy arriba del valle, bajo los altos rayos rojos.
En las calles ruidosas, a través de los años, las personas,
ojalá pueda siempre recordar este sitio solitario
entre los rayos y las nubes rojas, donde escuché los pájaros,
donde escuché durar los horizontes.
("hablar de poesía", trad. alejandro crotto y diego alfaro palma)
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