viernes, 18 de enero de 2019

Mary Oliver (1935/2019 )

Hospital Universitario, Boston



Los árboles en el césped del hospital
están lozanos y en crecimiento. Ellos también
reciben el mejor de los cuidados,
como tú, y tantos cuyos nombres desconozco,
en los cuartos limpios en lo alto de esta ciudad,
donde día y noche los doctores siguen
atendiendo, donde las máquinas intrincadas
dibujan con fría devoción
el murmullo de la sangre,
el lento parchado de los huesos,
la desesperación de la mente.

Cuando vengo de visita y damos un paseo
hacia el interior de un día luminoso de verano,
nos sentamos bajo unos árboles —
un castaño de la India, un sicomoro y un
nogal cavilando
por arriba y sobre un seto de lilas
tan viejo como el edificio de ladrillo rojo
al fondo, el hospital
que originalmente fue edificado antes de la Guerra Civil.
Nos sentamos juntos sobre el césped, tomados de la mano
mientras me dices que estás mejor.

¿Cuántos hombres jóvenes, me pregunto,
llegaron aquí arrastrados por los lentos trenes como camillas
de los rojos y terribles campos de batalla
para echarse todo el verano en las pequeñas y bochornosas cámaras
mientras los doctores hacían lo que podían, implorando
utensilios todavía inimaginables, medicinas todavía inexistentes,
sabiduría todavía no adivinada, y cuántos murieron mientras veían las hojas [de los árboles,
ciegos a los esfuerzos que se hacían a su alrededor para mantenerlos con vida?
Veo en tus ojos

que a veces son verdes y a veces grises,
y a veces están llenos de humor, pero no frecuentemente,
y me digo, tú estás mejor,
porque sin ti mi vida sería
un lugar de árboles secos y quebrados.
Más tarde, andando por los corredores hacia la calle,
me regreso y entro a un cuarto vacío.
Ayer alguien estaba aquí con un rostro jadeante.
Ahora la cama está como nueva,
han sacado rodando las máquinas. El silencio
continuo, profundo y neutral,
mientras estoy aquí de pie, amándote.


("luvina", versión gabriela cantú westendarp)

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