domingo, 30 de diciembre de 2018

Uriel Martínez (1950 )

La noria


Llevo una semana en cama, mi organismo sólo tolera el agua, en ese lapso dejé el cigarro, el café y mis cuadernos. Es tal la desolación que atraviesa mi vida que me da miedo verme la cara en el espejo. Cuando salgo de casa para ver al médico, desvío la mirada evitando verme reflejado en los aparadores y en los ojos de los niños. En el consultorio me espera una enfermera, me pincha el brazo y me extrae sangre.Luego me coloca una cinta adhesiva antes de irme. Vuelva el lunes.

Salgo del consultorio temprano y en ayunas. Tengo siete días sin salir de casa, como es lógico, el encierro me enferma, no basta con asomar al balcón y ver la rutina de siempre: coches y camiones pasan desde temprano, más tarde oigo las campanas de una de las innumerables iglesias de este pueblo. Salgo del consultorio luego que la enfermera me da cita para el lunes. Atravieso la calle y me interno en la Alameda. Es extraño, se acerca el fin de mes y los corredores, atletas y deportistas no aparecen, se dan una tregua antes de iniciar el siguiente mes; o todos salieron ya a su pueblo. Cuando me acerco a la panadería que está de aquel lado de la calle, imagino el olor del pan a primera hora. Mi organismo sólo tolera el agua y a veces el suero oral que previene contra la deshidratación. Donde termina la Alameda sólo veo a una señora entrenarse en short y cachucha roja. Cuando paso junto a  ella veo que se toca las uñas de los pies con las yemas de los dedos; observo que se alterna el juego de brazos entre una y otra extremidad. Una mujer de setenta años.


Hoy salí temprano después de un baño rápido: experimenté otra vez lo mismo: mientras me enjabono las piernas me ataca una oleada de frío y estornudos. Acelero el fin del aseo y busco procurarme calor con una y otra toallas, me apuro a colocarme la playera de algodón. Salgo al balcón. Son las 10 am. Hay un sol clemente. Me recorto las canas del bigote y regreso a vestirme. A estas horas la temperatura de adentro es más baja que a la intemperie. Salgo a la calle en cuanto puedo. Esperé bus casi por una hora. En la terminal mi camión sale en 90 minutos. Para no esperar haré un transbordo a medio viaje: los 90 minutos salvados los pierdo mientras espero el colectivo que llega a mi pueblo. Eso de ida. De regreso es igual, aunque nunca regreso de ningún lado; es un modo de darle vuelta a la noria.



[Inédito]

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