domingo, 30 de septiembre de 2018

Ocean Vuong (1988 )

Dime algo bueno



Estás en el campo minado otra vez.

Alguien que ahora está muerto



te dijo que es aquí donde aprenderás

a bailar. Nieve sobre los labios como una cortada



con sal, saltas entre tus muertes, negro como la menstruación

de un dios. Tus brazos abren pequeñas heridas



en el viento. Eres algo hecho. Y luego

te hicieron sobrevivir, lo cual quiere decir que eres



hijo de alguien. Lo cual quiere decir que si abres los ojos habrás vuelto

a esa casa, estarás bajo una cobija estampada con veleros amarillos.



El novio de tu madre, su calva anillada de pelo rojo

como un planeta incendiado, se hinca



de nuevo junto a tu cama. Olor de whisky y Oreo

molido. La nieve entra por la ventana: cenizas que retornan



de una fábula fallida. Su mano con tinta derramada

sobre tu pecho. Y sigues bailando dentro del campo minado



sin moverte. Las cortinas aletean. La luz ambarina

bajo la puerta. Su respiración. Su cara azul y húmeda: la tierra



girando en la órbita de nadie. Y tú quieres que alguien diga Oye… Oye…

creo que bailas precioso. Me muero por un poco de vals,



querido. Quieres que alguien diga que todo esto

sucedió hace mucho. Que una noche, muy pronto, empacarás



tu libro de bolsillo favorito y la .45 de tu madre,

que el refugio más seguro siempre fue el pensamiento



sobre tu cabeza. Que es justo (tiene que serlo)

cómo nuestras manos nos lastiman y luego nos dan



el mundo. Cómo puedes amar el mundo

hasta que no queda nada por amar



más que uno mismo. Y luego puedes detenerte.

Luego puedes alejarte de nuevo, de vuelta a la niebla



que empareda el campo minado, donde la arteria en tu cuello

te adora hasta cero. Puedes alejarte. Puedes ser nada



y seguir respirando. Créeme.


("cuadrivio", versión elisa díaz castelo)

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