martes, 30 de mayo de 2017

Gabriel Ferrater (1922/1972 )

Las generaciones


La muchacha que me corta los cien gramos de mantequilla
(graciosa y humilde, sonríe menudito, como que es de buena
pasta, pero de treinta años y todavía soltera) comenta
con su amiga de carne opulenta que escoge tomates,
lo que ha engordado Ramona.
“A lo mejor peso más yo,
pero es de siempre; no sé cómo decírtelo; ni me lo noto.
A ella la vi ayer, de espaldas; no lo podía creer.
De embarazada yo aumenté diecisiete kilos;
ella casi nada”.
“No la recuerdas bien: estaba bastante gorda, pero
como tiene mucha cadera no daba la impresión”.
Treinta años
que ellas se conocen los cuerpos, y los olvidan un poco:
los pesos, medidas y cogidas de esta y de aquella
y de Ramona y veinte amigas más (las luces de la escuela
de invierno, color de arena muerta. La arena y el viento
que les liman las mejillas: corren, se calientan el pecho
oprimiendo con fuerza sus panes redondos. La arena
yacente en los atardeceres de domingo, el mareo de las voces
groseras de los muchachos, que huyen y vuelven y sofocan,
y es preciso que las muchachas se rían
sin dulzura ni reposo).
Afuera, en la playa,
arde el último sol de octubre. La magnífica mujer,
inacabablemente desnuda de vientre y de espalda,
la larga holandesa que ni uno de nosotros olvida
por muchos instantes seguidos (¿cuántas semanas
hace ya?), revuelca por la playa a su hijo, el cachorro
azul y rubio como la mar y la playa. Cinco niñas a las
que la mar y la playa han vuelto en pocos años morenas
cerradas, y sus madres visten (calcetines y zapatos)
más de lo que me falta a mí viejo, a nosotros los
ociosos de la vieja cultura cerrada —cinco niñas
hacen ronda alrededor del cachorro, y la mujer, que ríe
y les muestra la carne más tierna. Las niñas se empujan
y dos o tres manos se alargan y palpan,
sobornadas, la cosa más frágil, la cosa que se encierra
en un grosor de quince años por venir. Ese momento
(sólo yo lo espío) les va haciendo más usual y más cierto
el reclamo. Niños, todos los días se ven. Otro niño confiado
(como los días, los brazos de los hombres no son nunca
distintos) nutre la juiciosa actitud que habrán de compartir
mujeres amigas de siempre, en un pueblo cerrado,
que hablan de los cuerpos de una y de otra, visten
a las hijas igual, y todo lo recuerdan y lo olvidan juntas.


(tomado del muro fb del poeta y traductor orlando guillén)

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