domingo, 19 de marzo de 2017

Uriel Martínez (1950 )

Animal de teatro


                                                      Julio Castillo (1944/1988)
1.
En un día como hoy pero del siglo pasado, fuimos José Alfredo y yo a ver la versión de "Los insectos", de los hermanos Karel y Josef Capek, al Teatro de la Universidad -llamado también Arcos Caracol-, puesta en escena del delirante Julio Castillo, que, a mí, me "abrió" los ojos a un teatro alucinado. Si bien yo recién había llegado del interior, el diciembre previo, ya traía conmigo el germen del teatro experimental que había observado en la escenificación de "La appassionata" (Héctor Azar, 1958), concebida por Alejandro Santiex en Torreón, con una Catrina que llega por la familia de Gardenia y Sagitario para llevarlos consigo. Zendejas Pinedo y Uriel salieron de la función fuera de sí, a raíz de ese primer encuentro con uno de los pilares del llamado, en ese entonces, teatro de "búsqueda" o de "autor". Era tal la fiebre del provinciano, que su amigo le preguntó por qué no se dedicaba a escribir teatro o sobre teatro. Cabe precisar que ambos asistían a un taller de poética y poesía en el décimo nivel de Torre de Rectoría, UNAM, 1973, donde habían iniciado amistad.

2.
Quiso el hado me iniciara en el periodismo cultural al tiempo que cursaba Letras Hispánicas, vehículo inmejorable para un acercamiento con la gente de teatro. Julio Castillo me había marcado y empecé a cultivar una asiduidad a los espectáculos. Así fui conociendo espacios como el foro principal de la Casa del Lago, el teatro y sótanos de Arquitectura, el Teatro de la Ciudad; o espacios acondicionados exprofeso para una puesta en escena. Así vi "In memoriam", de Héctor Mendoza, basada en vida y poesía de Manuel Acuña; "Misterio bufo", de Dario Fo, concebido por Nancy Cárdenas, "Sólo conciencia de besar" con textos de Vera Larrosa y escenificación de Carlos Téllez. Hasta que un día los directores se fueron de este mundo y yo me fui a provincia.

3.
Quisieron los dioses que hoy me desayunara la noticia de que había muerto la víspera el director José Solé, como en el pasado me tragué la medicina amarga del fallecimiento de Julio Castillo, a quien le vi la memorable trilogía "Las dulces compañías", de Óscar Liera, en un espacio de la colonia Hipódromo Condesa; y a quien anteriormente le vi "Vacío" con el grupo Sombras Blancas, basado en la vida y obra de la poeta suicida Sylvia Plath. Sabía que JC estaba enfermo, que le habían ofrecido tratamiento con piedras preciosas, alhajas, metales, lodo, imanes. Pero él ya estaba por partir a otra parte, sin nosotros, los suyos. Se decía que iba en busca de su hermano el Yeyo.

4.

En un día ventoso y frío como hoy, pero de un domingo de febrero que no quiero acordarme, abrí el cárdex de mis antepasados lejanos y recientes para evocar a Julio Castillo a quien nunca fui a ver sus espectáculos al Teatro Blanquita -en homenaje al flaco Agustín Lara y al feísimo Dámaso-; pero ahí estuvieron, en la pista de los feroces, Celia Cruz (con los puños cerrados en el pecho, le preguntaba a JC: "cuál le canto, maestro"-, Ofelia Medina y no sé cuántos. Pero ahora, en un día ventoso y helado como hoy, como nosotros, cerró sus puertas ese espacio, el Blanquita.

5.
Sea como sea, el periodo vivido por tu servidor en la colonia Hipódromo Condesa de la ciudad de México fue, acaso, una de mis etapas más vitales. Además de JC tuve de vecinos a Vera Larrosa, Hugo Argüelles, Tomás Urtusástegui, Víctor Hugo Rascón Banda (dramaturgos), Daniel Sada (narrador), Luis Zapata y Olivier Debroise, entre otros muchísimos. En ese entonces -década de los años 80-, asistía a un taller de composición dramática presidido por Juan Tovar, junto con Armando García y Mauricio Jiménez. Hasta que los terremotos de 1985 nos quebró y dispersó.

                                                                                                  Dogville, marzo 2017 

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