Cuando un hombre ya sabe que otro
lo anda buscando,
el hombre no se oculta.
No se espera
a pasar otra noche
con su esposa
o a acostar a sus hijos.
Se pone una camisa limpia y un traje oscuro,
y va a la barbería
para dejar que otro lo rasure.
Cierra los ojos,
se recuerda a sí mismo cuando niño, desnudo
y recostado en una roca junto al agua.
El hombre pide, luego, la loción especial.
Los viejos se colocan junto a la silla, en fila,
y el barbero rocía un poco a cada uno
de ellos en las manos.
("el poeta ocasional", tr. hernán bravo varela)
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