Estos templos que somos
Ahora sé por qué me mantuviste en cautiverio
calcinándome bajo el ojo sin párpado del desierto.
Por qué soltaste dentro de mi cabeza
un viento oscuro que azotaba, soplando sin descanso;
por qué pusiste por nervios, en mi cuerpo,
esta red enfermiza de cristales;
por qué me fuiste haciendo mínima:
pasita seca en el corazón de la miseria.
Y por qué hoy,
justo antes de partir,
levantas mi castigo
y rompes el sello que invalidaba mi lengua.
Ha sido para que mi esencia encontrara en ti
su fuente de contacto,
para que aprendiera a beberme el mar
en una sola de tus lágrimas,
para que en el dolor te conociera
al conocer la dimensión del hombre
y pudieran, a través de mis labios,
transminar su agua todos los muros
de estos templos que somos, sin saberlo.
("bajo el oro pequeño de los trigos", ed. uach, méxico, 1984)
Me gustó. Gracias por publicarlo Maestro Uriel.
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