Treinta años pidiendo que
no lloráramos tu muerte.
La primera vez en uno
de esos almuerzos de domingo:
Carolina tenía diez años,
Daniel seis
y yo ocho…
Nos miramos,
un ácido quemó
mi estómago,
te pedimos que no hablaras
de esas cosas.
Mamá en silencio…
sus ojos perdidos
ocultaban su miedo.
Te gustaba traer el tema
cuando estábamos juntos.
Empezaste a sumarle al discurso
tu última voluntad:
lanzar tu cuerpo al mar
para volver a la naturaleza.
Siempre que te escuchaba
regresaba la amargura,
el desencanto,
y el ácido volvía a quemar
la boca de mi estómago.
Un año nuevo en Manhattan
te oí decir que habías llevado una
vida larga,
yo tenía treinta y cinco…
Cada vez que lo decías volvía
el desasosiego
para envolvernos
a mamá y a mí.
Entonces, ya respirabas
con dificultad,
te cansabas,
preferías no salir a caminar…
Hoy tengo treinta y ocho,
ella te susurra
y te veo resistir
conectado a una máquina
que respira por ti.
Lloro,
todos lloran,
tú nos miras en silencio.
("marcelo leites")
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