sábado, 16 de abril de 2016

Robert Creeley (1926/2005 )


La puerta 

                                               para Robert Duncan

Es tan difícil dirigirse a la puerta
tan ligeramente tallada en la pared donde
la visión en que resuena la soledad
trae un aroma de flores salvajes del bosque.

Lo que entendí, lo entiendo.
Mi mente es tormentosa en ocasiones,
en ocasiones buena y con ansias de vivir,
y siente la tierra.

Pero veo la puerta,
y conocí la pared, y quise el bosque,
y llegaría allá si pudiera
con mis pies y mis manos y mi mente.

Señora, no me destierre
por digresión. Mi naturaleza
es un cenagal de confesiones
sin resolver. Señora, la sigo.

Caminé lejos de mí mismo,
dejé la habitación, encontré el jardín,
conocí la mujer
ahí dentro, juntos nos acostamos.

La noche muerta recuerda. En Diciembre
cambiamos, en vez de multiplicarnos nos dispersamos,
salimos a hurtadillas de la niñez,
el ritual del desmembramiento.

Magia poderosa es una madre,
en ella existe otra cuestión
de arreglo, formas repetidas, la carrera renovada,
la orden recibida.

El jardín resuena a través de la habitación.
Está colocado en la pared como un espejo
que da a una ventana detrás de ti
y refleja las sombras.

¿Puedo partir ahora?
¿Me es permitido inclinarme
en la ridícula postura de la renovación,
de cuya insistencia yo soy la virtud?
Nada para Ti es impropio.

En el interior Tú también serás alta,
más alta, más hermosa.
Ven hacia mí desde la pared, quiero estar Contigo.
Así que grité a Ti,

quien escucha como el viento, y cambia
continuamente, invariablemente,
cambia en la mente.
Corriendo hacia la puerta, gastado

como un reloj se gasta. Caminé en dirección contraria,
tropecé, me desplomé
en el piso cerca de la pared.
Dónde estabas.

Cuán absurdo, cuán vicioso.
No hay nada que hacer más que levantarse.
Mis rodillas fueron hierros, me oxidé venerándote a Ti.
Por eso uno canta, uno

escribe el poema de la primavera, uno sigue caminando.
La Señora siempre se muda al siguiente pueblo
y tú tropiezas tras ella.
La puerta en la pared conduce al jardín

donde a la luz del sol se sientan
las Gracias en largos atuendos victorianos,
de los cuales mi abuela hablaba.
La Historia canta en sus rostros.

Ellas son jóvenes, asequibles,
y tú las sigues también
en los oficios de Dios y la Verdad.
Pero la Señora no se define,

ella será la puerta en la pared
al jardín bañado en luz.
Hablaré y hablaré eternamente.
Nunca llegaré allá.

Oh Señora, recuérdame
quien en Tú oficio crece más viejo
pero no más sabio, no más que antes.
Cómo puedo morir solo.

¿Dónde estará entonces éste que ahora está solo,
que se queja tan patéticamente
en éste cuarto donde estoy solo?
Iré al jardín.

Seré un romántico. Me venderé a mí
mismo en el infierno,
en el cielo también lo seré.
En mi mente veo la puerta,

ante mí veo la luz del sol a través del piso
hacerme señas como la falda de la Señora
que se mueve ligera al más allá.


("revista ping pong", versión frank báez)

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