lunes, 25 de agosto de 2014

Miyó Vestrini (1938/1991 )

El día de la semana I


Cuando naciste,
en 1938,
César Vallejo moría.
Cuando tu cabecita,
tu ombligo,
tu cuquita virgen,
asomaban al mundo
entre las hermosas piernas de tu madre,
metían al poeta en un hueco.
Lo cubrían de tierra
y a ti,
te cubría la memoria.
No podías elegir.
Porque si eliges
vives.
Y si vives
gozas.
Pero el goce es el horror del sueño:
dormir va a ser para siempre.
Habrá un olor a pimientos fritos,
voces estruendosas en la barra.
Será un día de la semana,
cuando los muebles cambian de sitio durante la noche
y por las mañanas,
las mujeres hablan solas.
Tu nariz estará sellada y la cepa derecha
más caída que la izquierda.
Las caderas niveladas,
el cabello mal cortado y el cuerpo perdido
en alguna batola que disimule la grasa de tu cintura.
Si tuviste abuelos lunáticos y tristes,
constará en el reporte
de un funcionario responsable.
Te cruzarán los brazos sobre el pecho
y es fatal,
porque ya no podrás
usar el afrín
para respirar mejor.
Falso que tus abrazos fueran convulsivos
y tus furores impredecibles.
Falso el vidrio que aún empañas con tus eructos.
Falsos tus pezones, tus pecas rojizas.
La noche anterior estabas decidida:
si no puedo dormir,
escogeré la muerte.
Pero no esperabas que el pernil de cordero se derritiera,
suave,
lechoso, 
sobre tu lengua.
Sólo dijiste:
dos partos,
diez abortos,
ningún orgasmo.
Y tomaste un largo trago de vino.
Vallejo también buscó un pernil de cordero
en el menú de La Coupole.
Todos miraban sus ojos cazurros,
mientras él sólo pensaba en los callados oídos de Beethoven.
Le había preguntado a su compañera:
¿Por qué ya no me quieres?
¿Qué hice?
¿En qué fallé?
El chorizo del cassoulet dejó manchas de grasa en su camisa.
Como tú,
sintió una compasión fatigada por su cuerpo.
Y trató de adivinar quién nacería esa noche,
mientras él trataba de conciliar el sueño.
Morir
requiere tiempo y paciencia.


(fuente: "la mirada del lobo")

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