jueves, 3 de octubre de 2013

Juan Bañuelos (1932 )

Una hora en nuestro rostro

Esta hora en el rostro
se extiende como una onda en el agua
(luego es íntima amarga
la congelada hora abierta como un ojo).

El oído que sabe lo que pesa el silencio,
la boca que despierta con la mudez de un árbol
y la piedra que suena en mi carne,
saben que el rostro mío
es hijo de una hora: la espesura de tigres
en el guante del aire.

La enardecida naranja en la rama
abre su ácido puño,
y el aroma señala con su dedo amarillo
todo lo que perdura:
la sosegada linterna que los viejos
ruedan en nuestro pulso de astillas,
para que en nuestro rostro
la hora sea solamente
lo que el vuelo en el corazón alcanza.


(texto tomado de Espejo humeante, ed. Joaquín Mortiz, col. Las dos orillas, México, 1968.)

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