lunes, 14 de octubre de 2013

Álvaro Mutis, poeta

 


Ponderación y signo del tequila
Para María y Juan Palomar



El tequila es una pálida llama que atraviesa los muros

y vuela sobre los tejados como alivio a la desesperanza.

El tequila no es para los hombres de mar

porque empaña los instrumentos de navegación

no obedece a las tácitas órdenes del viento.

Pero el tequila, en cambio, es grato a quienes viajan en tren

y a quienes conducen las locomotoras, porque es fiel

y obcecado en su lealtad al paralelo delirio de los rieles

y a la fugaz acogida en las estaciones,

donde el tren se detiene para testimoniar

su inescrutable destino de errancia.

Hay árboles bajo cuya sombra es deleitoso beberlo

con la parsimonia de quien predicó en el viento

y otros árboles hay donde el tequila no soporta la umbría

que opaca sus poderes y en cuyas ramas se mece

una flor azul como el color que anuncia los frascos de veneno.

Cuando el tequila agita sus banderas de orillas dentadas,

la batalla se detiene y los ejércitos tornan

al orden que se proponían imponer.

Dos escuderos lo acompañan a menudo: la sal y el limón.

Pero está listo siempre a entablar el diálogo

sin otro apoyo que su lustral transparencia.

En principio el tequila no conoce fronteras.

Pero hay climas que le son propicios

como hay horas que le pertenecen con sabia plenitud:

cuando llega la noche a establecer sus tiendas

en el esplendor de un meridiano sin obligaciones,

en la más alta tiniebla de las dudas y perplejidades.

Es entonces cuando el tequila nos brinda su lección consoladora,

su infalible gozo, su indulgencia sin reservas.

También hay manjares que exigen su presencia,

son aquellos que propició la tierra que los vio nacer.

Inconcebible sería que no fraternizaran con certeza milenaria.

Romper ese pacto sería grave falta contra un dogma prescrito

para aliviar la escabrosa tarea de vivir.

Si “la ginebra sonríe como una niña muerta”

el tequila nos atisba con sus verdes ojos de prudente centinela.

El tequila no tiene historia, no hay anécdota

que confirme su nacimiento. Es así desde el principio

de los tiempos, porque es don de los dioses

y no suelen ellos fabular cuando conceden.

Ese es oficio de mortales, hijos del pánico y la costumbre.

Así es el tequila y así ha de acompañarnos

hasta el silencio del que nadie regresa.

Alabado sea, pues, hasta el final de nuestros días

y alabada su cotidiana diligencia para negar ese término.
 
 
(texto tomado del blog "el placard".)

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